La lectora cuenta sobre el terremoto del 15 de enero de 1944 en San Juan.
Por consejo del doctor Carlos Pincolini, quien me pidió que escribiera sobre mi experiencia en el terremoto del 15 de enero de 1944, relato lo siguiente, desde Mar del Plata, donde resido.
Tenía siete años. No me hace falta cerrar los ojos para recordar lo que fue aquello… Con mi familia vivíamos detrás de la iglesia de Concepción. De seis hermanos (cuatro mujeres y dos varones) que fuimos, soy la única que vive. El terrible movimiento fue un sábado. Papá, que tenía una panadería, había salido a hacer unas compras. Cuando empezó a temblar yo había salido a su encuentro. Fue entonces cuando todo se estremeció de manera brutal. No podíamos hacer pie. El suelo subía y bajaba, y de pronto la casa se quebró y los escombros cayeron sobre mi madre, que fue la última en salir hasta que todos salieron. Gritábamos, todo era muy espantoso. La que más asistencia requería era mi madre, que tenía una pierna en muy mal estado. Un hermano, cuatro años mayor, salió en busca de un médico. A todo esto, hay que decir que alguien que fue considerado un héroe había cortado el suministro de energía eléctrica, porque si no muchos hubieran muertos electrocutados.
Era un caos tremendo. Fuimos a parar a la plaza de Concepción donde vivimos en una carpa y comíamos en una olla.
Mi madre, por su herida en la pierna, fue transportada en tren a Mendoza y llevada al Hospital Central, que aún no estaba terminado. Después partió mi padre y finalmente los hijos. En la capital mendocina nos separamos. Una de mis hermanas tuvo por destino la bodega Escorihuela; a mí y a otra de mis hermanas, nos tocó una casa con muchas comodidades,
Cuando mamá fue dada de alta nos instalamos en San Rafael y con los años regresamos a San Juan, que ya era una ciudad pujante, reconstruida de entre las ruinas.
Nunca olvidaré la bienvenida que nos dio el pueblo mendocino, y la forma en que nos cobijó, con inmenso amor y gran solidaridad.