Volvió a levantar su telón con la célebre ópera de Giacomo Puccini. Una producción impecable que agotó entradas de las tres funciones y que impulsa a retomar, con estrictos cuidados sanitarios, los grandes espectáculos.
Y “un bel dì” volvió a verse una ópera en el oeste argentino: fue el martes pasado en el Teatro del Bicentenario de San Juan; la primera de tres funciones agotadas que incluyeron una más anoche y otra también mañana sábado. “Madama Butterfly”, célebre tragedia pucciniana, fue la elegida para abrir el telón después de 563 días.
Fue por eso que la histórica reapertura estuvo marcada por la emoción: en la historia en sí, que cuenta la larga espera de una geisha abandonada por un marino estadounidense; y fuera de ella también, entre las butacas (dispuestas con mucha prolijidad de protocolo) y los sentimientos de los artistas, que volvieron a sentir la mística del vivo y lo hicieron notar en la alegría con que respondieron a la ovación final.
Una conclusión al respecto: las grandes dimensiones del coliseo sanjuanino dan un entorno de mucha seguridad para el público, que puede asistir a un espectáculo de grandes proporciones conservando la distancia necesaria. Esto significará una gran fortaleza para el Bicentenario en los meses que vienen, por lo que recomendamos a los lectores mendocinos que presten atención a las actividades del teatro (en redes y en su página web).
Hubo algo de causalidad y algo de suerte en que haya sido esta ópera, y esta producción en particular, la encargada de subir en la era del coronavirus. ¿La razón? “Madama Butterfly” venía aplazada desde la temporada del año pasado, por lo que era lógico que fuera la primera ópera en retomar la agenda. Pero también resulta que el concepto escenográfico del régisseur Pablo Maritano, quien creó originalmente esta producción para el Sodre de Uruguay en 2018, puede prescindir de los grupos de coros y figurantes, que complicarían el manejo de un escenario con distanciamientos. Podría decirse incluso que este espectáculo podría hacerse en tiempos de “normalidad”, y con la misma eficacia.
Maritano elige dejar las poquísimas intervenciones del coro fuera de escena (como el célebre “a bocca chiusa”, donde un coro invisible murmura una triste melodía) y centrar la acción en los personajes, que van y vienen entre seis módulos que representan el interior de la casa de Cio Cio San, abriendo y cerrando los biombos típicos de las casas japonesas que, oportunamente, se van transformando en superficies donde se proyectan diseños y animaciones. El resultado es una conjunción enriquecedora de lenguajes, en donde hay un relato escénico, uno musical y uno visual, que por momentos alude al fuera de escena (el barco, los cerezos, las olas) y por otros al interior de la psicología de los personajes. Si sumamos que el sobretitulado está coordinado a la perfección (algo que no siempre se ve), el espectáculo resulta completamente orgánico: disfrutable para los que quieran reencontrarse con el arte lírico pero también para los que nunca han “conectado” con una expresión de este tipo.
La soprano Daniela Tabernig (Cio Cio San) tiene una voz robusta y cualidades escénicas excelentes, al igual que Claudia Lepe (Suzuki), mezzosoprano. Darío Schmunck (Pinkerton) es un tenor de gran oficio y trayectoria, con una voz lírica expresiva y una técnica sin fisuras. Y la misma definición podría aplicarse al barítono Omar Carrión, a quien los mendocinos pudieron ver en 2018 en el papel de Figaro de “El barbero de Sevilla”. El Coro Universitario de la FFHA- UNSJ, dirigido por Jorge Romero, estuvo eficiente en el primer acto, aunque le faltó empaste en el citado coro a boca cerrada, atribuible quizás a cuestiones del protocolo. La Orquesta Sinfónica de la FFHA- UNSJ estuvo eficiente ante las indicaciones de Emmanuel Siffert, quien logró cohesionar la partitura con mucha prolijidad, aunque por momentos se echó de menos más vigor (sobre todo en los “tutti”). En definitiva, es muy satisfactorio ver que se pueden lograr espectáculos de enorme calidad en medio de una pandemia y sus restricciones.