San Martín vivió y actuó siguiendo los postulados de la Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano (1789), tanto como gobernador intendente de Cuyo como soldado del Plan Continental.
Más allá de las idealizaciones sobre el general San Martín, que fueron muchas, y también más allá de los descréditos, que también fueron muchos y diversos, José Francisco de San Martín es el héroe más estimado y reconocido de nuestra historia. No por casualidad se lo nombra como el Padre de la Patria y una enorme cantidad de ciudades de Argentina levantan estatuas de su figura eterna, como así también las ciudades de México, Nueva York, Berlín, Madrid, Viena, Montreal, Santiago de Chile, Guayaquil, Lima, Boulogne Sur Mer y últimamente Pekín (China), erigen su estampa inmortal. Es el héroe que más monumentos posee por el mundo.
Su muerte en aquella casa alquilada en Boulogne Sur Mer en Francia, aquel 17 de agosto de 1850, nos obliga a recordar y reconocer su humildad, pero también nos exige repensar sus acciones.
A los 6 años ya estaba en Europa y regresó a los 34, cuando ya se había proclamado el “Silogismo de Chuquisaca” en el Alto Perú, en 1808. A su regreso fue fiel a ese silogismo pregonado inicialmente desde la Universidad de Charcas por el joven revolucionario Bernardo de Monteagudo.
La Europa de entonces recibía las consecuencias de la Revolución Industrial y los efectos del Siglo de las Luces, y América Hispana recogía el ejemplo de la Independencia de Norteamérica y de la Revolución Francesa. Las cartas ya estaban echadas, el mayor adversario a vencer era el absolutismo, entendiendo como tal aquel régimen político que sostenía que el poder del Rey le venía de Dios, podía ejercerlo sin restricciones y no solo le pertenecía las tierras sino también la vida de sus súbitos.
San Martín vivió y actuó siguiendo los postulados de la Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano (1789), tanto como gobernador intendente de Cuyo como soldado del Plan Continental. Ese plan tuvo su máximo brillo durante diez años, tiempo que perduró su accionar militar y político en estas tierras. El 3 de febrero de 1813, a los tres meses de su casamiento con una niña de 14 años aconteció la Batalla de San Lorenzo. Este fue su bautismo de fuego en nuestra patria, luchó contra los “maturrangos” que sitiaban Montevideo, otro 3 de febrero, pero de 1823, el General es recibido por un ex cadete de los Granaderos a Caballo, Félix Olazábal, en El Totorai, hoy Manzano Histórico. En esa década, 1813/1823 está comprendida la proeza militar más importante del mundo, el Cruce de los Andes, verdadera marcha heroica llevada a cabo por seis pasos cordilleranos, ya históricos y legendarios, pero no olvidados. La gesta se inicia en Mendoza un 17 de enero de 1817. (Y si le damos lugar a las casualidades notaremos que San Martín muere un día 17, 33 años después).
A su regreso del Perú, cuando las circunstancias personales le posibilitaban radicarse definitivamente en su chacra de Los Barriales, como tanto había deseado, las condiciones políticas dirigidas desde Buenos Aires se lo impidieron. Sólo alcanzó a vivir ocho meses en su “Tebaida”, en el Este mendocino. El gobierno instalado en el puerto no se sentía orgulloso de la tarea que el Gran Capitán había realizado, muy por el contrario, el partido Unitario, ya constituido como tal, con Rivadavia a la cabeza comenzó a descalificarlo y a perseguirlo. Recordemos una de sus cartas:
“La desconfiada administración de Buenos Aires […] me cercó de espías, mi correspondencia era abierta con grosería, los papeles ministeriales hablaban de un plan para formar un gobierno militar bajo la dirección de un soldado afortunado, etc.; en fin, yo vi claramente que me era imposible vivir tranquilo en mi patria, ínterin la exaltación de las pasiones no se calmase y esta certidumbre fue la que me decidió pasar a Europa. Mi admiración no es poca al ver que me dice usted no haber recibido más cartas mías que una desde El Havre y otra de Bruselas del 3 de febrero de 1825, es decir, que se han extraviado o, por mejor decir, han escamoteado ocho o diez cartas más que le tengo escritas desde mi salida de América; esto no me sorprende, pues me consta que en todo el tiempo de la administración de Rivadavia mi correspondencia ha sufrido una revista inquisitorial la más completa. Yo he mirado esta conducta con el desprecio que se merecen sus autores. Rivadavia me ha hecho una guerra de zapa sin otro objeto que minar mi opinión, suponiendo que mi viaje a Europa no ha tenido otro objeto que el establecer gobiernos en América; yo he despreciado tanto sus groseras imposturas como su innoble persona.”
Una gran hendidura dividía el poder, la “Anarquía de los años 20″ ampliaba la grieta ya creada entre morenistas y saavedristas.
Al comienzo del año 1824 parte con su hija Merceditas, no le permiten descender en Francia, entre sus cartas que portaba consigo habían escritos antimonárquicos. Lo hace en Londres y allí consigue el “permiso” para residir en Francia. Viajó a Bruselas y posteriormente compró una vivienda en París, cerca de Montmartre donde se instaló y vivó allí durante catorce años. Hoy es el convento “La Solitude”, conocido como Grand Bourg, en la calle Saint-George y Saint-Lázaro.
Los nuevos movimientos bélicos europeos ponen en peligro la sociedad civil y decide salir de París junto a su familia. Se instala, en 1848 en el norte de Francia, Boulogne Sur Mer, hasta el 17 de agosto de 1850.
Sigamos repensando su obra, San Martín no solo fue un soldado nuestro, sino también un soldado del mundo, contra el oprobio de los opresores. El mundo lo certifica.
* El autor es Médico psiquiatra y escritor.