El magnífico mausoleo pudo ser visitado por el público en el mes de octubre de 1880. Visita turística o devoción sanmartiniana nos llevan a apreciar y homenajear al gran líder argentino frente a esta bellísima obra escultórica y rendirle nuestros respetos y agradecimientos por su vida y legado.
En el largo viaje de 30 años que demoró la repatriación de los restos de San Martín por diversos motivos políticos y personales que afectaron a los Balcarce San Martín, recién en 1876 y a propuesta de José Prudencio Guerrico, amigo cercano de la familia, se presentó al arzobispo León Federico Aneiros una solicitud:
“La Comisión encargada por la municipalidad de la traslación de los restos del General D. José de San Martín, solicita de S.S. Ilustrísima y del Honorable Cabildo Metropolitano, la antigua Capilla Baptisterio de nuestra Catedral, para dar en ella digno lugar de descanso…”. Justificaba su pedido con antecedentes de grandes hombres sepultados en catedrales europeas. Se cambiaba con esta iniciativa el deseo del Gran Capitán manifestado en su testamento, que pedía que su corazón descansara en el cementerio de Buenos Aires.
Mucho se ha hablado y escrito sobre las condiciones impuestas por la Iglesia para aceptar los ilustres restos. Sin embargo, los documentos eclesiásticos consultados junto al colega Martín F. Blanco no dan señales de disconformidad alguna, sino todo lo contrario resolviendo la cuestión en sólo 15 minutos como consta en actas:
“En 17 de Abril de 1876, reunidos en su Sala de Acuerdos, en Cabildo extraordinario, los cuatro señores dignidades y los cuatro señores canónigos, al margen inscriptos, bajo la presidencia del primero, el Secretario hizo lectura de una Nota del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo acompañando las de la Comisión de la Municipalidad encargada de la traslación de los restos del General Argentino Don José de San Martín, en la que se pedía al Honorable Cabildo la Capilla de esta Iglesia que anteriormente sirvió de bautisterio y que estaba vacía, para en el frente oeste de ella levantar un altar a Santa Rosa de Lima y en el frente Sud un sarcófago que contuviera las cenizas del ilustre guerrero de la Independencia; y acabada su lectura, el Cabildo acordó unánimemente cuanto se pedía en la precitada Nota, dando cuenta en otra al Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo de este en Acuerdo, con lo que se levantó el Acuerdo a las diez y un cuarto de la mañana habiendo empezado a las diez”.
El mismo día el Dean Dr. Ángel Brid, informaba al Arzobispo:
“Que reunido el Cabildo que presido en acuerdo extraordinario, se ha expresado unánimemente conforme con el proyecto de dicha comisión, mirando como una de las preeminencias y de las glorias de la iglesia metropolitana ser la depositaría de los restos de tan ilustre varón”.
Una vez más, la luz de los documentos recorta las alas de la fantasía. Como se ve, aceptación plena y sin condiciones, como también lo fue con la permuta de la Capilla Baptisterio por la de Nuestra Señora de la Paz solicitada por la municipalidad en 1877.
La construcción del Mausoleo
En 1877 la Comisión encargada de la repatriación sale de la órbita municipal para ser nacional a iniciativa del presidente de la República, Nicolás Avellaneda. Se inician entonces los concursos y gestiones para la construcción del mausoleo que será la última morada del General. Quien se encargará de elegir al artista escultor será el fiel escudero de San Martín, su yerno, Mariano Balcarce. Luego de desechar algunos proyectos de célebres autores, el diseño elegido será el del francés Carrier Belleuse, a quien ya Balcarce conocía por ser uno de los escultores de la estatua del general Belgrano emplazada en 1873 en la Plaza de Mayo. El 31.Mar.1879 se firmó el contrato para realizar la obra acordada según el modelo aprobado que debería estar terminada el 1.Abr.1880 y lista para ser embarcada conjuntamente con el sarcófago que contiene los restos mortales del Libertador.
Este es uno de los puntos que desacredita uno de los tantos mitos que rodean la repatriación. En las bodegas del vapor Villarino se embarcaron 37 cajones conteniendo partes del monumento que debería ser armado en la Catedral, en la Capilla de la Paz, que estaba siendo reacondicionada por el arquitecto nacional Enrique Aberg. Es decir, que al momento de llegar los restos a Buenos Aires, no había aún mausoleo alguno. Por ello, luego de los funerales, el sarcófago se depositó provisoriamente en el Panteón de Canónigos de la misma Catedral; hasta que recién el 27.Ago.1880 “se procedió a colocar el ataúd… en el monumento levantado en la Capilla…”; según consta en el acta levantada a tal efecto por el Cabildo eclesiástico y con la presencia del vicepresidente de la República Dr. Mariano Acosta, quien a su vez era el presidente de la Comisión Central de Repatriación. En este documento nada se dice sobre la posición en que fuera colocado el féretro. Pero esta es otra historia.
Las obras prosiguieron y el magnífico mausoleo pudo ser visitado por el público en el mes de octubre de 1880. No se realizaron actos o ceremonias ni inauguración oficial.
Visita turística o devoción sanmartiniana nos llevan a apreciar y homenajear al gran líder argentino frente a esta bellísima obra escultórica y rendirle nuestros respetos y agradecimientos por su vida y legado.
* El autor es historiador.