Capitalizó el malestar social, que ya no se reflejó en la caída de la participación. Los argentinos volvieron a demostrar que le asignan más importancia a elegir presidente que gobernadores o intendentes.
Los argentinos canalizaron en las primarias presidenciales su malestar de una forma distinta a como lo habían hecho en otros contextos. En vez de ir por el denominado “voto bronca”, en blanco o nulo, o no concurrir a sufragar, se inclinaron por un candidato antisistema.
No hay antecedentes nacionales de un comportamiento de este tipo. El fenómeno que se ha venido dando en otros países y en algunos municipios y provincias irrumpe con claridad en estas Paso, de la mano de la figura de Javier Milei.
El león libertario catalizó esa enorme sensación de frustración colectiva que reina en la sociedad argentina, reflejada hasta acá en cuanto estudio medianamente serio de opinión pública se haya hecho. Y ahora, en los votos.
Cómo se votaba antes con la frustración
¿Qué habían hecho los argentinos hasta acá con sus sensaciones ante las urnas? En la crisis de 2001, antes del estallido social que se llevó puesta la gestión de Fernando de la Rúa y la convertibilidad, la elección legislativa trajo como novedad aquel famoso voto bronca, expresado en una enorme cantidad de sufragios anulados con claras consignas antipolítica. Fue en octubre de aquel año. En diciembre, la gente coreaba “que se vayan todos” a lo largo y ancho del país.
20 años después, una nueva crisis –de características diferentes– sacude a la Argentina, con buena parte de la población sumida en la pobreza, una inflación descontrolada y una ola de inseguridad con las expresiones más terribles. El hastío ciudadano empezó a manifestarse en las elecciones provinciales y municipales que se anticiparon, mediante una marcada baja de participación, con casos extremos como las primarias de Chaco, donde sólo la mitad de los empadronados fue a las urnas o la reciente elección de intendente de la ciudad de Córdoba, con apenas 60% de votantes.
Pero este domingo irrumpió otro fenómeno. La gente ya no anuló su voto ni dejó mensajes escatológicos en los sobres. Tampoco se quedó masivamente en su casa. Encontró un candidato que hizo del repudio al sistema político su bandera central, más allá de que sea real o no esa postura. Milei fue el “que se vayan todos” de 2001.
Se podría decir que el enojo por aquella crisis económica de principios del siglo 21 tuvo una reacción más activa que la que se venía expresando hasta ahora en esta crisis. La diferencia entre la bronca y la tristeza.
En estas Paso, no hubo una incidencia de importancia de los votos en blanco o nulos.
El cargo preferido
Hay otra conclusión que se puede sacar de una votación en la que sólo se definieron candidaturas y no cargos: el interés que despiertan las elecciones presidenciales por sobre otros cargos que se ponen en juego.
Los argentinos perciben que sus problemas están relacionados con los temas nacionales más que con cuestiones locales, sean provinciales o municipales.
El dato surge del cotejo de la participación, desde hace varios años, en los comicios presidenciales respecto de los provinciales o los municipales de ciudades grandes.
Si bien este casi 70% de participación en las Paso es el más bajo desde que esta instancia de selección existe (2011), está por encima de recientes generales de gobernador en la mayoría de los 18 distritos que ya votaron sus autoridades locales.
La comparación con elecciones anteriores también ratifica esa tendencia. Si la comparación se hace con elecciones legislativas nacionales de medio término, la distancia es cada vez más marcada.
Además, hay que tener en cuenta que se viene dando una diferencia de participación entre las Paso y las generales, que ronda los cinco puntos.
Es decir, todo indica que en octubre habrá una participación acorde con la tendencia histórica de las presidenciales en este siglo.
Y se abre como interrogante para los próximos dos meses si este candidato que atrapó la decepción y el rechazo de un país con todos los indicadores en rojo, en una votación en la que no se definían cargos sino postulaciones, mantendrá o no las adhesiones cuando esté en juego realmente la presidencia por cuatro años.
Por cierto, no hay casi margen temporal para cambios tan abruptos que mejoren los humores sociales.