El Presidente quedó en un rol simbólico y apela a la batalla interna para no quedar fuera del armado electoral.
La incapacidad de generar expectativas favorables y de resolver los conflictos internos en el Frente de Todos (FDT) carmonió casi por completo el poder político del presidente Alberto Fernández, quien por estas horas sólo trata de resistir la avanzada que Cristina Kirchner y Sergio Massa para no perder voz y voto el armado electoral del oficialismo.
En el tramo final de su mandato, el presidente Fernández quedó con un protagonismo apenas simbólico y casi sin injerencia en la toma de decisiones más sensibles de la gestión de gobierno, como las vinculadas con el acuciante frente inflacionario y la encerrona con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En los últimos meses Fernández terminó por constituirse como variable de conflicto que hace crujir al FDT, situación que llegó al extremo con su intransigencia frente a los reclamos mayoritarios dentro de la coalición de gobierno para coronar una lista de unidad y evitar enfrentamientos en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO).
Desde que Sergio Massa se puso al frente del Ministerio de Economía, la agenda oficial del primer mandatario se redujo a actividades menores en comparación con los dramas que aquejan al conjunto de la sociedad y que determinan los ánimos de cara a la próxima contienda electoral.
Fernández no logró imponer una agenda de discusión en el Congreso de la Nación, sobre todo las reformas judiciales tan reclamadas por el kirchnerismo; desestimó los constantes reclamos del kirchnerismo para aplicar medidas urgentes destinadas a apuntalar la recuperación del poder adquisitivo, y esa inacción lo convirtió en el dirigente con mayor rechazo en las tan consultadas encuestas.
Basta con recordar el desplante que sufrió a fines de diciembre pasado por parte de jugadores de la selección nacional de fútbol, que rechazaron su invitación para festejar el título mundial desde el balcón de la Casa Rosada.
Ese escenario de extrema adversidad le puso fin a cualquier sueño por conseguir un segundo mandato. Fernández anunció el 21 de abril su decisión de no sumarse a la pelea electoral.
Es que la suya es una gestión que se encamina a terminar con una inflación récord con un salto cercano al 150% interanual, según las proyecciones de los analistas privados que difunde el propio Banco Central, y con niveles de pobreza en torno al 40%, tal como lo indicó el INDEC al señalar que la problemática se agravó en el tramo final del 2022.
Y lejos de tratar de limar asperezas con Cristina Kirchner, en el tramo final de las tratativas para definir la propuesta electoral, Fernández se atrincheró con su reducido grupo de laderos. Con ellos emprendió una incierta cruzada contra los sectores mayoritarios de la coalición oficialista para no quedar fuera del armado proselitista.
Esa batalla interna es desigual, pero lo suficientemente extrema para hacer crujir a un FDT sin margen para retener el poder y para agravar la marcha de la vapuleada economía. En lo que respecta a la gestión, Fernández se mueve como un comentarista que reconoce los problemas y apela a la llegada de soluciones, pero sin precisar qué cuál será el camino.
Al respecto, vale recordar su frase de mediados de mayo, cuando le consultaron sobre la inflación y contestó: “Hablaba con Sergio (Massa) y le decía ‘tenemos que ponernos algún objetivo definitivo para parar con esto’.
En rigor, en julio pasado el jefe de Estado delegó el manejo de la economía en Massa, quien desde su asunción fue abriéndose de la autoridad presidencial al punto de sólo comunicarle sus decisiones, sin prácticamente permitirle debatir ni una coma.
La pretenciosa reunión con el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, sólo dejó títulos y supuestas promesas del mandatario americano que nunca se convirtieron en realidad. El equipo económico intenta ahora negociar con FMI una contemplación para que aparezca un dólar que evite el incendio a pocos días de las primarias.
Algo similar sucedió en su última visita a Brasil, donde “su amigo” José Inácio “Lula” Da Silva le advirtió que había “cariño” pero no plata y lo derivó con las autoridades de China y del BRIC, que un par de semanas después también gambetearon las definiciones.
De aquí a diciembre a Fernández sólo le queda el rezo de que Massa mantenga mínimamente el control, que el dólar no se coma al segundo billete de mayor nominación en circulación, y la crisis interna en el gobierno no se extienda al punto de desatar una hiperinflación (por lo pronto, la esa pelea promete extremarse dado que el sábado Massa confirmó que se sumaría a la pelea en las PASO si no si imponía la lista de unidad).
Parte de este escenario estará condicionado a los resultados de la negociación que por estas horas se lleva adelante en Washington. Todos creen que habrá fumata blanca, la duda es a qué precio porque en el organismo desconfían.
Si aparece una solución, al menos aceptable, Alberto Fernández podría asegurarse un tránsito con empedrado desparejo pero que lo depositaría en el cambio de mando, con una inflación menor a dos dígitos y un dólar sin volar junto al “hornero”. Así, junto con la banda, le transferirá a su sucesor una serie de desequilibrios macroeconómicos cuya reconstrucción tendrá un alto costo político.
El destino que seguramente no podrá cambiar Fernández en este semestre final de su mandato es haber sumido a los trabajadores en la pobreza. Si bien es cierto que el empleo sigue creciendo, la contracara es la precariedad de esas nuevas registraciones con salarios que en el 50% de los casos no alcanza a cubrir una canasta básica de alimentos.
Trabajadores pobres y planes sociales en alza, es el mosaico social que también le transferirá a quien lo reemplace en el sillón de Rivadavia.