Sergio Massa busca que no impacto la corrupción y la inflación

Sergio Massa busca que no impacto la corrupción y la inflación
Massa cerró la campaña nacional en una fábrica en Buenos Aires

La última esperanza del oficialismo para seguir en la Rosada. Los casos de “Chocolate” Rigau e Insaurralde, así como la estampida del dólar complican su performance.

Es muy probable que Sergio Massa haya imaginado en diciembre de 2019, que en cuatro años todo maduraría como para postularse por segunda vez en su vida como candidato presidencial. No imaginó, seguro, que la maduración sería diferente a la esperada. El gobierno de Alberto Fernández fue jaqueado por una pandemia y una sequía históricas, a las que combinó con torpezas y limitaciones propias para resolver la crisis dejada por la presidencia de Macri. El Frente de Todos pasó a renombrarse Unión por la Patria para que se noten menos los bollos. La postulación presidencial de Massa surgió como respuesta a una emergencia política del oficialismo, y en un contexto inflacionario y de deterioro salarial continuo, del que no es ajeno. Massa ha sido ministro de Economía el último año.

Su candidatura se fraguó casi 24 horas antes de que cerrara el plazo para la inscripción. Wado de Pedro (acompañado por Juan Manzur), Scioli, Grabois y Agustín Rossi se habían anotado para la carrera presidencial, sin que ninguno lograra el consenso de grandes socios de la coalición, ni concitara alguna esperanza fuera del frente. Finalmente, los gobernadores peronistas y la CGT presionaron por Massa, Cristina Kirchner (auto excluida de la puja presidencial) dio la aprobación. Alberto Fernández, que en abril desistió -en apabullante soledad política- de ir por la reelección, aceptó resignado. “El candidato de la unidad”, lo definió el gobernador de La Rioja, Ricardo Quintela.

Unión por la Patria quedó tercera en las PASO. Massa sacó 5 millones votos y le ganó la interna a Grabois. En 2015, cuando fue candidato presidencial aliado con José Manuel de la Sota, Massa, reunió 5,4 millones de votos y también salió tercero.

Con el récord de inflación en septiembre (12,7), Massa planteó una agenda de la que será responsable absoluto. “Yo voy a ser el presidente, yo voy a tomar las decisiones y elegir los funcionarios”, dijo. Encontró apoyo en los gobernadores y en la CGT, estrechó lazos con dirigentes kirchneristas como Axel Kicillof del que necesita una buena elección bonaerense; con oficio, se hizo el distraído frente al poco entusiasmo electoral de La Cámpora.

Massa tampoco habló de la distancia que Cristina Kirchner tomó de la campaña. Ya es un recuerdo borroso la última foto de ambos, el 17 de julio pasado, sonrientes en un simulador de vuelo de Aerolíneas Argentinas. No se sabe si el bajo perfil de la vicepresidenta responde a una estrategia acordada con Massa, y que incluye a Máximo Kirchner, en un esfuerzo por ampliar los márgenes políticos del candidato, que hace 10 años fundó su propio partido, el Frente Renovador, espacio mayormente constituido por peronistas no kirchneristas.

Casado con la dirigente peronista Malena Galmarini, dos hijos, Massa, al cerrar la campaña, sintetizó su carrera: dijo que recorrió “este país increíble”, siendo “director de ANSES, como Intendente (de Tigre), como presidente de la Cámara de Diputados, como Jefe de Gabinete y como Ministro de Economía”.

“Mi gobierno va a ser distinto a éste”, prometió Massa en el acto de cierre en una fábrica del gran Buenos Aires. Massa conversó con los trabajadores, que, en un clima de confianza, se sentaron alrededor suyo en el suelo para escucharlo.

El candidato les dijo que había crecido en un barrio como la mayoría de ellos, que había ido a una escuela parroquial, que de chico andaba en bicicleta; que su abuelo fue carpintero, su padre albañil y después dueño de corralón. A los 51 años, Massa, pugnará de nuevo para que, esta vez de la mano del peronismo, llegue a la Casa Rosada un hijo “de una típica familia de clase media, sin antecedentes políticos”, según él mismo se definió.

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