El mercado de los celulares robados tiene un circuito histórico en la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano.
“¡Cuatro lucas ya!”, “¡quiero cuatro lucas y sale!”, “¡cuatro lucas al toque que me quiero ir a lo del transa!”.
La secuencia es del miércoles a la tarde en uno de los pasillos de una de las entradas a la villa Ciudad Oculta, de Villa Lugano. Mientras el país “lloraba” el crimen de Morena Domínguez, la nena de 11 años a la que le robaron el celular en la puerta de la escuela en Lanús, otro ladrón ofrecía un teléfono que acababa de robar.
El aparato en cuestión sería un Samsung. La persona que recrea la situación no alcanzó a divisar qué modelo era. Pero sí el final: “se lo compró un barbero. Para el vecino de la villa es un gran negocio comprarle un celular a los ladrones. Acá se compran y se revenden al toque. Siempre y cuando el ladrón no se los ofrezca a los transas, que le pagan con un par de dosis de cocaína”.
El mercado de los celulares robados tiene un circuito histórico en la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. Es el de las grandes galerías o comercios sobre las avenidas principales de los barrios o municipios, donde funcionan comercios de “compra-venta, accesorios y reparaciones de teléfonos”. El “shopping” de los teléfono robados es, según los procedimientos policiales, la “Galería Internacional”, de Corrientes al 2300, de Balvanera. La Policía de la Ciudad allana esos negocios prácticamente todos los meses. Y el negocio sigue, como si nada.
Pero en los últimos años “nació” un nuevo mercado. Más precario. Las bandas “organizadas”, como los punguistas que roban en el subte, o en recitales o discotecas, o que buscan como víctimas a los turistas, siguen vendiendo en los lugares de siempre. Lo hacen en cantidad. En cambio los que arrebatan o roban con armas y ejecutan la violencia para hacerlo, tienen su mercado en las villas “puertas adentro”.
“Es fácil”, retoma el vecino de Ciudad Oculta. “En Villa Celina hay una persona que te ‘libera’ el teléfono que quieras. Como mucho te cobra 10 mil pesos. Cuando te lo devuelven, le sacás fotos y las subís a tu estado de Whatsapp. Salen como pan caliente. El vecino sabe que ese mismo teléfono que vendés por 40 mil, en un local a la calle te sale 80 mil o 100 mil. ¡Te lo compra de una!”.
Aunque vale la aclaración. La mayoría de las veces los compradores de estos teléfonos robados son los vendedores de droga de las villas. “No les dan más de cuatro bolsas de cocaína...”, cuenta el vecino de Ciudad Oculta. Un detective de una brigada de Drogas Peligrosas de la Policía Federal Argentina (PFA) afirma esta teoría. Y suma una excepción. Son los narcotraficantes peruanos. Más que nada los de la villa 1-11-14, de Bajo Flores.
“Ellos quieren que sea todo rápido, que funcione todo como un shopping: hacés la fila, llega tu turno y pagás con efectivo. No hay tiempo para ponerse a negociar por un teléfono. No les interesa”, cuenta. En años de “tareas” en el territorio escuchó y presenció negociaciones entre adictos y vecinos o adictos y choferes y pasajeros de la línea 76, el colectivo que pasa por plaza Flores y la villa.
“Hace unos meses allanamos a un transa paraguayo en la villa 31 y le secuestramos seis teléfonos: cuatro eran robados”, agrega.
“Acá el que vende droga compra celulares. Pero es un negocio del ‘soldadito’”, describe un vecino de la villa Hidalgo, de José León Suárez, San Martín. Lo que explica se entiende si se conoce el funcionamiento de los dealers: el que vende no es el dueño de la droga. Le responde a una persona que no acepta teléfonos en forma de pago. Pero hace su negocio: paga con algunas dosis y pone el efectivo de su bolsillo. Luego, al venderlo, recupera su inversión y saca su ganancia.
“El ‘fisura’ (por el ladrón adicto) hace lo que sea para conseguir plata ya y comprar droga. Hasta a la gente de la calle les ofrece teléfonos. Los encaran y les dicen ‘dame 5 mil y es tuyo’. Pero hemos visto casos en los que decían ‘dame lo que tengas...’”, confiesa otro investigador del mundo del microtráfico.
Hay una tercera opción. Una más. “Acá son comunes los arrebatos a los automovilistas. Frenan en los semáforos de la avenida Constituyentes, agarran el teléfono y los pibes se los sacan de un tirón”, agrega un vecino de la villa Loyola de San Martín, que cuenta cómo es la modalidad de venta en ese asentamiento y el de la otra vereda de la avenida, conocido como “Villa Melo”, de Vicente López.
“Ahora en las villas hay gente que se dedica al rubro de la compra, venta, arreglos y accesorios. Algunos tienen locales que son a la calle y otros puertas adentro”, dice. La reventa, si no es en el mismo barrio, es vía redes sociales. La preferida de este tipo de comerciantes en Marketplace. El negocio, como se dice en el mundo comerciante, “está en la compra”. Compran muy barato, por no decir regalado. Los menos de 10 mil pesos que hagan de inversión le representarán al adicto un par de horas de consumo.
“Ojo que mucha gente está cansada de las ‘rastreadas’ (por los robos)”, suma el vecino de la Villa Hidalgo, a modo del único comentario “alentador”. “Dejaron de comprar. Creen que mañana les puede pasar a ellos o a un familiar. Por eso los únicos compradores son los transas”. Otro vecino, pero de la Villa Fraga, de Chacarita, acota que comprar celulares puede traer consecuencias.
“Te van a tocar la puerta de tu casa a cualquier hora. Sea madrugada, primera hora o el horario de la cena. Te van a ofrecer de todo. Y cuando no tengan plata ni nada para venderte, son capaces de pedirte plata prestada. Incluso, de robarte”. Así está el día a día en las villas y sectores populares. Como en muchos aspectos, solo se conoce cuando hay un caso conmocionante.