En una economía en crisis, la clase media igual invierte en su imagen. Especialistas explican las razones.
¿Masificación de los “retoques” faciales? La hipótesis -sugerida por un rápido repaso por las historias de Instagram- es confirmada por diversos especialistas consultados por Clarín. Aunque no existen estadísticas oficiales, la mayor oferta de productos y variedad de importes disponibles resultaron en un aumento de circulación en los consultorios. El abanico de rango etario y de género se amplió, pero ahora también el socioeconómico.
“Creo que hay un mayor acceso a los tratamientos, más allá del poder adquisitivo. Cuando hay planificación, se pueden hacer. Eso veo en mis pacientes”, afirma André Amaral. Experto en medicina estética, tiene una cuenta de Instagram con casi 30 mil seguidores. Allí comparte diariamente recomendaciones, información sobre productos, técnicas y novedades del mercado.
En su consultorio de Puerto Madero atiende a un público profesional, compuesto en un 60% por mujeres de entre 28 y 87 años. Los hombres, que conforman el 40% restante, oscilan entre los 30 y 50 años. Los pedidos que más recibe son inyectables: bótox, ácido hialurónico y bioestimuladores.
¿Cuánto gastan en promedio? El doctor cuenta que las jeringas de las marcas que él utiliza arrancan en el equivalente a cuatro o cinco serums. Claro que cada paciente tiene necesidades diferentes. Por eso, prefiere hablar de “valor” -relacionado con la calidad y la seguridad- antes que de “precio”.
Rechaza el concepto de “tapar problemas”. Para él, no se pueden pensar en las múltiples zonas de manera aislada. Por eso, da especial importancia a la consulta. “Es la instancia en la que el profesional usa todo el conocimiento que tiene para hablar con el paciente, sugerir procedimientos y su distribución a lo largo del tiempo. La gente banaliza este momento y piensa solamente en la inyección”, explica.
Su eslogan es “gerenciar el envejecimiento” -un proceso irrefrenable- con “resultados naturales y elegantes”. Y remarca la importancia de abordar a cada persona de forma artesanal e individualizada. “Cuando se sabe adónde apuntás, adónde querés llegar, los tratamientos se pueden programar distintas etapas, a lo largo del año”, resume.
Varios colegas coinciden: aunque los presupuestos resulten elevados en el marco de sueldos depreciados y una economía en crisis, estos tratamientos dejaron de ser de nicho y ampliaron su público. Cuando las y los pacientes encuentran médicos capacitados, que dialogan éticamente con sus expectativas y posibilidades, la medicina estética se vuelve más asequible.
Decidir por los precios
Lorena Claus es ginecóloga. Pero amplió su especialización y hace un lustro trabaja en el rubro estético y desde hace tres años, también en ginecología regenerativa. Acaba de abrir Espacio Blaze en la zona de Castelar, donde atiende a pacientes de clase media o clase media alta. “Muchos suelen ahorrar para llevar a cabo los tratamientos. No siempre están holgados en cuanto al bolsillo, pero saben que tampoco es imposible”, explica la médica.
En esa misma línea, plantea: “Creo que la gente busca gastar la plata en cosas que la hagan sentir feliz, al igual que ocurre con la ropa. En el caso de los tratamientos estéticos, confía en los profesionales conocidos. Hay quienes no pueden juntar dinero para comprar un inmueble, meta cada vez más alejada, y eligen cuestiones que hacen a su bienestar”.
Las redes sociales, la publicidad de los laboratorios y centros, así como la mayor circulación de información, estimulan la demanda. También lo hace, paradójicamente, el contexto económico. En especial, cuando la aspiración de tener una casa o un auto -que normalmente acompañaron a los estratos medios de la sociedad argentina- se ve más lejana en el horizonte.
Lo que más se pide es toxina botulínica, sobre todo para inhibir las arrugas de expresión en el tercio superior de la cara. Su valor aproximado es de $ 55.000 y dura de cinco a seis meses. En un precio similar arranca el relleno de ácido hialurónico para labios, también muy solicitado. La mesoterapia, otra otra opción muy requerida, ronda los $ 7.000 por sesión la nacional y $ 10.000 la importada.
“También se pregunta mucho por el Profhilo y el Long Lasting, dos bioestimuladores inyectables, que se colocan debajo de la piel, para generar un efecto lifting y una hidratación profunda. Pero no todos lo pueden afrontar”, continúa Claus. En estos tratamientos, que son de laboratorios internacionales, la inflación repercute directamente sobre la factura y cuestan unos $ 100.000.
Durante un año, la especialista trabajó en un barrio popular de González Catán. Si bien algunas pacientes pedían bótox y rellenos de ácido hialurónico, en general se inclinaban por opciones más económicas: allí primaban los tratamientos para celulitis y adiposidad localizada.
Plasma rico... no sólo para ricos
Por Maestro Estética han pasado famosos como Gastón Pauls y Connie Ballarini. El centro de Caballito ofrece todo tipo de tratamientos faciales y corporales: desde masajes hasta aparatología e inyectables.
Pacientes con mayor poder adquisitivo lo eligen por el Ultherapy o “lifting sin cirugía” (un procedimiento no invasivo que estimula la producción de colágeno y elastina), los rellenos, los hilos tensores e hilos aptos, los bioestimuladores y el bótox.
“También recibimos regularmente a muchas personas de clase media, para tratamientos como la depilación definitiva, limpiezas faciales profundas y tratamientos más accesibles como plasma rico en plaquetas”, comenta Luisa Silvana Álvarez, su directora médica.
El plasma -como indican todos los entrevistados- gana cada vez más lugar. Consiste en una terapia rejuvenecedora, que se vale de un concentrado de las propias plaquetas del paciente -mediante una extracción de sangre- en un pequeño volumen de plasma. Contiene grandes reservas de proteínas y factores de crecimiento que contribuyen a regenerar la piel. Se coloca mediante microinyecciones y se aprovecha para realizar una mascarilla descongestiva.
Produce efectos notorios e implica muchas sesiones al año. El costo ronda los $ 20.000, por lo cual es más amigable a los sueldos que otras técnicas. Al ser un material autólogo, no genera contraindicaciones, como alergias o reacciones, indica Álvarez: “Funciona de forma preventiva y restitutiva, mejora la afluencia vascular, activa la regeneración celular y restaura la vitalidad cutánea”.
Se coloca tanto en rostro y cuello, como en el cuero cabelludo, para prevenir la caída de cabello y recuperar crecimiento o fuerza. Entre los hombres con indicios de alopecia ha ganado mucha popularidad.
Alternativas sin agujas
Jonathan Di Giunta es cosmiatra y fundador del “beauty center” homónimo. Con su equipo -del cual participa una dermatóloga- ofrecen láser, rellenos, bótox y plasma. Sin embargo, lo más pedido son los peelings químicos, los tratamientos de dermaplaning (un método de exfoliación física para la eliminación de células muertas y vello facial) y dermapen (un sistema de penetración transdérmica con compuestos para reafirmar, levantar y rejuvenecer la piel).
Para el cosmiatra “sin dudas” hay una democratización de los tratamientos estéticos. Y amplía: “Los buscan de todos los sectores socioeconómicos. Durante los últimos años hubo mucha concientización acerca del cuidado facial. Hay gente que se esfuerza para venir y yo lo valoro muchísimo. Siempre digo que no se trata únicamente de algo estético, sino de salud de la piel”.
Di Giunta considera que el boom del skincare y los tratamientos fue una de las pocas secuelas positivas de la pandemia. “Fue un momento terrible para todos. Estuvimos tanto tiempo encerrados, alejados de nuestros vínculos, que nos miramos a nosotros mismos. La gente empezó a entender que tenía patologías de la piel como comedones o rosácea. Y aprendió que existían soluciones”.
“Estos cuidados se adaptan a los ingresos. Lo importante es que todas las recomendaciones las haga un profesional. Cada piel es un mundo, tiene necesidades y reacciones diferentes. Es importante hacer la inversión correcta y positiva”, concluye.
Cuando lo barato sale caro
Amaral, referente en inyectables y utilización de láser, insiste en que no hay que pensar solo en lo inmediato, sino en el mediano y largo plazo. Y llama a desconfiar de las ofertas.
“Quien busca lo barato, muchas veces descuida el valor o incluso la procedencia de los productos”, sintetiza. ¿Cuántos pacientes saben que deben pedir que les muestren los productos y llevarse el sello de lo que se inyectaron? Educar sobre estas cuestiones es lo que motiva al doctor a responder en sus historias de Instagram las preguntas que le llegan diariamente.
“Yo prefiero la garantía de trabajar de manera segura, utilizando marcas de primera calidad, que suelen ser internacionales. A veces, los profesionales no explicitan las variables que influyen en los precios bajos. Un ejemplo es la toxina botulínica. La empresa recomienda diluir el envase con 2 ml de solución fisiológica, pero algunos lo hacen hasta en 10 ml para que rinda más. ¿Qué ocurre? No va a durar y el paciente no va a estar conforme”, cierra.
A la hora de acudir a este tipo de tratamientos, no solo está en juego un resultado armónico, sino la salud.