Elaborada en base a las amargas hojas de la planta de ajenjo, gozó de una enorme popularidad entre los escritores y artistas europeos de la segunda mitad del siglo XIX por sus supuestos poderes alucinógenos. Prohibida durante buena parte del siglo XX (en Argentina desde 1907), en los últimos años ha regresado triunfalmente a los bares.
No hay bebida con una historia más apasionante, misteriosa y controvertida que la absenta. El elixir de color verde esmeralda, elaborado en base a las amargas hojas de la planta de ajenjo, gozó de una enorme popularidad entre los escritores y artistas europeos de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Lo tomaban de un sorbo –y en exceso-, pensando que estimulaba la creatividad, que tenía poder afrodisíaco y que era muy efectivo como reconstituyente físico. Espeso, de aroma intenso y sabor anisado, el “licor maldito”, como le decían sus detractores, tiene una particularidad sobresaliente: en su preparación original llega hasta 90 grados de graduación alcohólica. Una verdadera bomba.
Muchos poetas y artistas le rindieron culto en sus obras. Una prueba de ello es que, entre otras pinturas, inspiró El bebedor de absenta, de Manet; Vaso de absenta, de Picasso, o Retrato de Van Gogh, de Touluse-Lautrec. Al mismo tiempo que las copas de absenta corrían por las mesas de los bares europeos como bravos ríos, se empezó a considerar que ese espirituoso elixir causaba adicción, delirios, alucinaciones y convulsiones.
Al parecer, en estado puro y en grandes cantidades, la bebida tiene propiedades psicotrópicas. Algunos estudios fueron más allá y dijeron que su ingesta generosa y sostenida en el tiempo provoca el llamado “síndrome del absentismo”, un cuadro caracterizado por hiperexcitabilidad, conductas violentas y cuadros psicóticos.
El escritor francés Gustave Flaubert definió a la absenta como “un veneno excelentemente violento. Un vaso y estás muerto. Los periodistas lo beben mientras escriben sus artículos. Ha matado a más soldados que los beduinos. Será la destrucción del ejército francés”.
Las autoridades europeas a fines del siglo XIX empezaron a denunciar que la ingesta de absenta podía haber sido la verdadera causa de una serie de asesinatos muy violentos y también el origen de las frecuentes peleas ocurridas a la salida de los bares, como aquella disputa ocurrida en París en la que el poeta Verlaine hirió gravemente de un tiro a su amigo Arthur Rimbaud.
“No maldecimos al mar por los desastres ocasionales que causa a nuestros marinos. Así como pertenecen al ajenjo vicios y peligros especiales, también posee gracias y virtudes que no adornan a ninguna otra bebida”, había sugerido el escritor Oscar Wilde, un gran tomador de absenta y defensor de sus supuestas propiedades especiales.
A principios del siglo XX, la absenta comenzó a ser prohibida a nivel mundial. En Bélgica fue erradicada en 1905 y en Suiza en 1907. Luego siguieron Estados Unidos (1912), Italia (1913) y Francia (1915).
En la Argentina, la bebida fue conocida como licor de ajenjo y fue prohibida en 1907. El primer diputado socialista argentino, Alfredo Palacios, presentó un proyecto de ley para restringirla, ya que argumentaba que era una amenaza para los trabajadores. Se creía que el excesivo consumo del licor de ajenjo en las tanguerías, cabarets y bares de la zona portuaria de la ciudad de Buenos Aires era responsable de un importante fenómeno de personas con cuadros psicóticos que se registraba en ese ambiente de bohemia.
“Sirva otra copa de ajenjo, si a nadie le importa si quiero tomar, porque esta noche la espero y sé que no ha de llegar”, decía el tango “Copa de ajenjo”, de Canaro y Pesce. También se contaba que a Carlos Gardel le gustaba beber ajenjo y que por eso incluía siempre en su repertorio temas de Enrique Cadícamo que mencionaban al licor .
Recién a partir de los últimos años, la absenta comenzó a resurgir en los bares, cuando en Europa se volvió a autorizar su producción. En la actualidad hay unas 200 marcas europeas de absenta, aunque con limitaciones en su graduación alcohólica. En la Argentina se usa una variante que tiene una concentración alcohólica de 38 grados.
En las barras argentinas se preparan distintos tragos con esta bebida y tiene un éxito creciente. El trago –que se toma en pequeños vasitos- adopta sugestivos nombres, como “El beso del hada verde” o “La Tanqueta”. Otra opción es el “Dead in the Afternoon”, el que prefería Ernest Hemingway, mezclada con vino espumante y servida bien fría.