El autor repasa sus vivencias en nuestra provincia, destacando las actividades que podía hacer cuando era niño. Un viaje por el San Juan de hace algunos años.
Siempre me he considerado y declarado enemigo acérrimo de las notas en primera persona (como la que estoy escribiendo ahora, precisamente, y ustedes están leyendo), aun cuando se trate de columnas de opinión o de experiencias vivenciales. De hecho, es probable que si estuviese en el lugar de lector de estas líneas, ya las habría abandonado al detectar el uso de la primera persona. Pero en este caso, pido disculpas de antemano.
A modo de excusa o de argumento para la autodefensa –porque nadie está obligado a declarar en su propia contra-, me defenderé diciendo que estas líneas sobre mi infancia y los recuerdos que tengo de San Juan los escribo en calidad de cuasi homónimo del ex gobernador sanjuanino, José Ignacio de la Roza (él es José de primer nombre, yo soy Gerardo; su apellido se escribe con Z, el mío con S, pero son detallitos).
Como hijo de una sanjuanina, gran parte de mi infancia la pasé en San Juan, provincia a la que viajaba –con seguridad- una vez al mes a visitar a mis abuelos, a mis tíos y a mis primos. La tradición y el folclore me llevaron inevitablemente a fogonear una rivalidad entre ambas provincias, que empezaba en el fútbol y seguía con la Promoción Industrial (en ese momento era un término que repetía por escucharlo de los demás, pero que ni lo entendía). Y, aunque reconozco haber dedicado algunos cánticos en la cancha con epítetos agresivos hacia los vecinos –parte de ese folclore infaltable donde se recurre a lugares comunes como “tira-piedras”, entre otros-, siempre tuve un cariño especial por San Juan.
Desde mediados de los 80, en esos viajes periódicos en los que completábamos en auto los casi 170 kilómetros que separan a una ciudad de otra abundan los recuerdos nostálgicos. Momentos que comenzaban ni bien subíamos al auto.
La ciudad vieja
La San Juan que conocí, y recuerdo, es la que actualmente se considera la “ciudad vieja” (porque desde hace años comenzó a crecer hacia el oeste, o al menos eso es lo que me han informado). Pero el epicentro de la San Juan nostálgica de mis recuerdos es la que todavía toma a la Plaza 25 de Mayo como el corazón. Esa misma plaza a la que, con mis abuelos y primos, íbamos a darle de comer migas de pan a las palomas. La misma que tenía el cine en frente, sobre calle Mitre, y donde fuimos a ver tantas películas.
Esa San Juan en la que todo se concentraba para mí en calle Tucumán Sur, entre J. Ignacio de la Roza (“mi calle”, como ya la adopté) y Mitre. Allí vivían mis abuelos, arriba de la Casa Alcobas, la tienda de ropa que era y atendía mi propio abuelo y ya cerró. Esa tienda en la que, por la noche, jugábamos a las escondidas. Porque toda la casa tenía 5 niveles –desde el sótano hasta la terraza-, aunque al primero de esos espacios estaba vedado para los más chicos.
Una vez al año, en verano, con mis hermanos nos quedábamos una semana entera en San Juan –de a uno -, y era la ocasión para salir a caminar por la Peatonal, por calles Tucumán, Rivadavia y Laprida. Era el momento de ir a mirar vidrieras a “Magimundo”, la juguetería donde mis abuelos prácticamente tenían una cuenta corriente de todas las cosas que siempre nos compraban.
Pero el radio de esa San Juan nostálgica se amplía un poco más en mis recuerdos, hasta calle Laprida específicamente, donde vivían mis tíos y mis primos –los primeros todavía viven allí- y donde pasaba la otra mitad del tiempo que estaba en San Juan (ya sea cuando viajábamos solo por el fin de semana o cuando nos quedábamos toda una semana).
Cuando no era la pileta, eran los videojuegos y, cuando no, era alguna película. Pero siempre había un valor agregado que le sumaba puntos en la valoración a la calle Laprida, que empezaba por la simple presencia de mis primos.
Años después, la casa de mi tía en la Villa América (donde todavía vive) llevaron a que se amplíe un poco más aún el área focalizada de la San Juan en mis recuerdos más emotivos. Y siempre la idea de jugar “un sexto” en Truco era parte de ese decorado fijo, aunque con mis abuelos tampoco faltaba el Chinchón o la Escoba de 15.
Veranos, corsos y carnavales
Ir en verano a San Juan se presentaba con un valor adicional que me motivaba aún más y que los de afuera nunca entendieron (“¿¡Cómo vas a irte a San Juan con 45°!?” era la pregunta que más escuchaba de mis amigos).
Uno de estos agregados era el carnaval. Imposible olvidar el corso con el que varias veces nos topamos en el comienzo de la peatonal, ahí en “mi calle” y donde no faltaba la chaya o la espuma. Además, ya siendo un poco más adolescente, en más de una oportunidad acompañé a mis primos a los bailes de carnaval en el Club Ausonia (otro clásico de aquellos años -¡qué viejo se siente uno cuando usa la expresión ‘aquellos años’!-).
Por fuera del carnaval, el verano también incluía las tardes en el Club Banco Hispano, el mismo donde empezábamos a sentir la adrenalina de saltar a la pileta desde la plataforma cuando apenas veíamos la estructura desde la calle. Por la noche, también ya más de adolescente, uno quería pasar –al menos caminando- por la zona de los bares y pubs de “La Libertador” e inmediaciones. Ahora que lo pienso, recuerdo que había un bar de se llamaba “Nacho de la Roza” en esa calle homónima hacia mi persona, y siempre dije que iba a ir a reclamar, al menos, un fernet gratis por la coincidencia. Pero creo que el bar cerró y yo nunca cumplí con ese objetivo.
Aquella San Juan de mi memoria no tenía todavía a la Fiesta Nacional del Sol tan elaborada e instalada como ahora, por lo que ni siquiera se planteaba ese Boca – River que hoy intenta presentarse con Mendoza y la Vendimia. Para ser sinceros, yo soy más de la época de la “Expo Sol”, en el Parque de Mayo, cuando íbamos a visitar los stands con toda la familia y hasta andábamos en el trencito que recorría todo el parque por sus senderos.
Ni hablar de ir a cenar después unos lomos a “Las Leñas” o una parrillada a “Bigotes” (me tomo el atrevimiento de nombrar ambos locales, porque no sé si todavía existen, pero sí sé que son parte de esos recuerdos).
Barreal, El Zonda y Ullum
No todo se limitaba a la ciudad de San Juan durante esas visitas de la infancia y adolescencia, aunque sí era donde más tiempo pasaba. Algunos domingos íbamos a comer un asado a la zona del cerro Blanco (en El Zonda), de la misma manera en que pasamos Semanas Santas en el Ullum, siempre con el calor sanjuanino característico y que se reforzaba con la calidez de la familia.
Hubo una época, incluso, en la que llegamos a encontrar un refugio y un escenario para esas reuniones familiares en un complejo de cabañas de Barreal; allí, pegado a la Pampa del Leoncito y al lugar por el que José de San Martín cruzó a Chile en el inicio de su Gesta Libertadora. Pasaron más de 20 años, pero son todos lugares que los recuerdo y podría describir de memoria, detalle por detalle y a la perfección, como si hubiese estado ayer.
A San Juan, en tren
A comienzos de los 90, y ante un desenlace tan triste como inminente (el mismo que derivaría en el fin de los trenes de pasajeros en la mayoría de las provincias argentinas), mi viejo se empecinó en que nosotros vivamos esa incomparable sensación de viajar en tren.
Pude hacerlo en dos oportunidades, ambas con boletos solo de ida desde Mendoza a San Juan. La primera vez fuimos nosotros dos, mientras que mi mamá –que había ido por su cuenta en auto y había llegado antes- nos esperaba en la estación para recibirnos con un abrazo, un beso llevarnos a la casa de mis abuelos (donde siempre nos esperaban con alegría).
El segundo de los viajes en tren –y que sería el último- también fue en el tramo entre Mendoza y San Juan, y también con mi papá. Pero, en esta ocasión, nos acompañaron mi hermana y mi hermano.
El himno a Sarmiento autóctono y el villancico navideño sanjuanino
Ir a San Juan y no visitar la casa natal de Domingo Faustino Sarmiento es como estar en París y no pasar por la Torre Eiffel. Sin necesidad de entrar cada vez que pasábamos por el lugar, era un punto obligado para el paseo (aunque fuera ocasional). Y, a la vez, era el punto de partida para empezar con la discusión entre “Sanjuaninos” y “Foráneos” sobre cuál era el Himno a Sarmiento. Porque sí, en San Juan saben –y defienden- otro distinto a aquel que comienza con el clásico: “Fue la lucha tu vida y tu elemento…”
Y si de viajar a San Juan en determinados momentos del año hablamos, imposible no haber estado en las vísperas de Navidad y Año Nuevo sin que –por lo menos- se haya pegado el contagioso, creativo e inoxidable jingle de Radio Colón donde se describía el pesebre y el nacimiento de Jesús. ¡Pero, che! Simplemente lo mencioné en esta oración y en mi cabeza no deja de sonar como en un loop eterno el: “¡Belén, urgente Belén! Ha nacido el Niño Dios… Si el pastor puso la radio, esa fue Radio Colón”.