22 de noviembre de 2024

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Rosas, Sarmiento y el “Facundo”, la obra maestra que elegimos ningunear

Rosas, Sarmiento y el “Facundo”, la obra maestra que elegimos ningunear
Domingo Faustino Sarmiento

Porque Sarmiento se convirtió en el nombre no deseado de nuestra historia, y su libro es ignorado por planes de estudio y profesores.

Veinte años tenía Sarmiento cuando se vio obligado a emigrar a Chile. Veinte años y ya había fundado una escuela con su tío, había sido maestro de hombres que le doblaban la edad, había sido reclutado por el ejército federal y enviado a prisión por desacato, se había unido después a la causa unitaria, había entrado en batalla y quedado del lado de los perdedores. Todo eso en un puñado de años. En el exilio hizo de todo para subsistir hasta que, seis años después de su llegada a Chile, el trabajo en una mina le dejó una fiebre tifoidea feroz y, a pedido de su familia, el gobernador federal de San Juan le permitió volver a la Argentina.

Eran tiempos de Rosas. Hacía mucho que eran los tiempos de Rosas en ese conjunto de provincias que estaban aún lejos de ser un país.

La generación del 37

Era 1837 y en Buenos Aires un grupo de intelectuales comenzó a reunirse cada semana en una casa a metros de la Plaza de la Victoria, la que después pasó a llamarse Plaza de Mayo. Era un Salón Literario y se juntaban para hablar de las nuevas expresiones artísticas, del movimiento romántico y también de las relaciones entre la cultura y la política. A Rosas no le gustaban esas charlas y, mucho menos, esos jóvenes. Decían que no eran ni unitarios ni federales pero el Restaurador no creía en esas patrañas: hablaban de democracia, de soberanía popular y, mucho peor, pedían libertades absolutas. Eran revolucionarios de las ideas, una especie de partido literario e intelectual que se proponía la construcción de una identidad nacional muy diferente a los planes del hombre fuerte de la Provincia de Buenos Aires. Por eso hizo cerrar el Salón a los pocos meses.

Esos hombres, no obstante, eran mucho más que un lugar de reunión y ya gravitaban en la escena nacional: Miguel Cané, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Esteban Echeverría, Vicente Fidel López. Se habían conocido en el Colegio de Ciencias Morales, hoy Colegio Nacional de Buenos Aires, el mismo al que había querido ingresar Sarmiento y del que había quedado fuera por no conseguir una beca. Con ellos se empezó a juntar Sarmiento por aquellos años: discutían de política y de literatura, propiciaban el abandono de los modos caudillescos y los restos monárquicos, querían una república democrática y, por supuesto, se oponían a Rosas. Eran escritores y sabían que el mejor modo de trabajar sus ideas era a través de la literatura. Eran una nueva generación: los más modernos, los más radicalizados y los más impacientes hombres de la cultura sudamericana.

Mientras los demás estaban en Buenos Aires, Sarmiento seguía en su provincia. En San Juan fundó un liceo para señoritas y un periódico, El Zonda, en cuyas columnas se ocupó de opinar sobre el gobierno hasta que en 1840 lo apresaron y volvieron a enviarlo a Chile. Otra vez en el exilio.

Y así llegó el momento de su obra maestra.

Civilización y barbarie

Se cuenta que los colaboradores de Rosas le acercaron con cierto temor -tal vez algo de morbo también- un ejemplar del “Facundo’': querían ser los primeros en ver la reacción del Restaurador, los primeros en recibir la orden de quemar el libro, mandar a confiscarlo o lo que fuera que el supremo ordenara. Era la obra de un salvaje unitario exiliado que lanzaba dardos desde el otro lado de la cordillera, ¿qué podía esperarse?

Los hombres se apuraron a contarle la historia: parece ser que el panfleto con forma de libro estuvo saliendo por entregas en folletines del diario chileno “El Progreso” y tuvo tanto éxito que terminó publicándose en un volumen independiente. Pero eso no es todo, no se sabe quién lo trajo de este lado en forma clandestina, no deja de imprimirse y ahora todos andan hablando de este “Facundo. Civilización y barbarie en las pampas argentinas”. Habrá que ver si Rosas lee lo que dice el tal Sarmiento o si le alcanza con el título del libro y su fama de unitario jetón.

Se cuenta también que cuando Rosas leyó el libro, contra los pronósticos de sus alcahuetes, el enojo se volvió contra ellos.

- ¡Así se ataca, señores! A ver si alguno de ustedes es capaz de defenderme del mismo modo.

Imposible saber si esto pasó, pero la frase vale la pena, no tanto por lo que muestra de Rosas sino de la pluma de Sarmiento. El grandilocuente Gobernador de Buenos Aires y autoproclamado Restaurador de las Leyes lo sabía: en el “Facundo” había más calidad literaria que a la que podía aspirar cualquiera de sus seguidores. Ojalá él tuviera a disposición un escritor como Sarmiento.

Y sin embargo en Argentina apenas se lee el “Facundo”. Es un libro absolutamente moderno, de un género híbrido, con momentos ensayísticos y otros narrativos, con personajes bien delineados, arquetipos y pinturas, una crónica de época, un posicionamiento político, un tratado filosófico. Rosas lo sabía. Los profesores y los planes de estudio argentinos actuales, no. O sí lo saben, pero prefieren dejar a Sarmiento en ese lugar anquilosado de las efemérides y hacerlo aparecer -desdibujado y distorsionado- cada 11 de septiembre, en el aniversario de su muerte. Un busto en los patios de los viejos colegios y un retrato desteñido, ya casi completamente ausente en las aulas y en los despachos oficiales (recordemos que Rosas comenzó a coronar en 2020 el despacho del Gobernador Kicillof, gentileza del Presidente Alberto Fernández).

El prócer desbancado

Durante décadas la figura de Sarmiento estuvo asociada al repetitivo ritual de los actos escolares. El 25 de mayo dibujábamos el Cabildo y recortábamos figuritas de “Billiken” o “Anteojito”, el 20 de junio aparecía Belgrano y hacíamos banderas y guirnaldas trenzando tiras de papel crepé, el 9 de julio venían las carretas, las diligencias y “la casita de Tucumán”, el 17 de agosto teníamos el caballo blanco en el perfil de la cordillera y, cada tarde, después de los actos, tomábamos chocolate caliente con pastelitos. Con la cercanía de la primavera, el 11 de septiembre no era considerada fecha patria, era el día de Sarmiento, un señor pelado que de acuerdo al relato escolar tenía el único y aburrido mérito de no haber faltado nunca a la escuela. Dibujábamos a doña Paula Albarracín de Sarmiento tejiendo bajo un árbol y en el patio del colegio teníamos un retoño de la “higuera histórica”. Cuando era chica creía que ese era un privilegio de mi escuela y después me enteré de que era una de tantas, que ese edificio escolar de principios de siglo -amplio, hermoso, con patio- era igual a todos los edificios de todas las escuelas en todos los pueblos y parajes y ciudades del país, y que en todos, simbólicamente, había un retoño histórico como homenaje al hombre que pensó, diseñó y llevó adelante un proyecto educativo para todo el país. El último que lo hizo. Durante más de un siglo, desde el proyecto sarmientino, hablar de la escuela era hablar de la escuela pública. No hacían falta aclaraciones ni cartelitos de defensa, la educación pública había sido la causa de Sarmiento y fue durante décadas una conquista naturalizada, sin discursos ni sobreactuaciones.

En los últimos años, sin embargo, Sarmiento se convirtió en un nombre no deseado. El 11 de septiembre siguió siendo un día sin clases para homenajear a las maestras aunque en los actos prácticamente dejaron de hablar de él. Si se lo nombra, es sólo para aclarar con premura: “independientemente de sus ideas, un día como hoy lo recordamos...”. Sólo una frase descontextualizada -”no trate de economizar sangre de gauchos”- alcanza para cancelarlo. Independientemente de sus ideas, repiten. Y sin embargo en los colegios, donde hace tiempo se renunció a la Historia, no se habla de su ideario político, ni de su proyecto modernizador, ni de sus presidencias. Mucho menos de su literatura.

El Facundo

Pero volvamos al “Facundo”. No sé si las generaciones anteriores conocieron un Sarmiento diferente de aquella imagen de alumno ejemplar. Ya no hablemos de su figura como político y estadista sino como escritor. No sé si en algún momento formó parte de las clases de literatura de los alumnos argentinos, lo que sí sé es que durante todo el tiempo que duró mi educación formal nunca vi un texto de Sarmiento en las currículas. No conocía su faceta de escritor y no lo leí hasta mucho después. Sarmiento fue un autodidacta y tal vez como homenaje a eso, todos merecemos llegar por nuestra cuenta a su escritura, que es descomunal. Rosas lo sabía.

Con “Facundo. Civilización y barbarie en las pampas argentinas”, Sarmiento inventó un género para la literatura nacional y sin embargo, desde las interpretaciones extemporáneas, se convirtió en el libro menos leído y más tergiversado de nuestra historia literaria. La civilización y barbarie del título mutó en civilización o barbarie, la propuesta sangrienta de un enfrentamiento. Y el hombre que lo escribió pasó a ser tildado de matagauchos. No importa quién mandaba realmente a degüello a sus opositores; la simplificación ya fue hecha.

Quería desenmascarar a Rosas, quería que se supiera por qué él y tantos otros se vieron obligados a optar por el destierro para evitar la muerte, quería que su libro fuera un alegato contra el régimen. Pero el “Facundo” no es solo eso. Es también la crónica de un observador de personas y paisajes, una pintura perfecta y repleta de detalles significativos. Es además una tesis sobre la filosofía de la historia, un intento de explicación de la evolución de nuestra sociedad. Es una obra literaria mayor porque es todo eso junto. Hay dos capítulos, sobre el final del libro, que deberían ser materia de estudio porque condensan en su oposición todas sus virtudes. El primero es “Barranca Yaco”, el segundo es “Gobierno unitario”. Uno es un western, el otro un ensayo político.

Barranca Yaco, el western

Las mechas de los cañones están apagadas, y las pisadas de los caballos han dejado de turbar el silencio de la pampa.

Facundo Quiroga ha vencido al último de los unitarios y se instala en Buenos Aires, hace algunos ensayos de su poder personal y pronto se da cuenta de que hay allí otro poder que el suyo. Es el poder de Juan Manuel de Rosas. Facundo sueña para sí destinos de grandeza y conducción de hombres, sabe que a un solo grito suyo todos lo seguirán, pero Rosas se lo quiere sacar de encima y lo manda a apaciguar el norte.

Sale Facundo en una galera, anda más rápido que cualquier otro hombre, cruzando la pampa como una exhalación. En cada posta se detiene, no descansa, sólo pide refuerzos: ¡Caballos necesito! Llega a Córdoba y todos se asombran de verlo ahí: es un fusilado que vive. Es que saben que lo han mandado a matar pero Facundo anda tan rápido que los asesinos llegan siempre tarde. Le avisan, lo alertan y no escucha. Así como en Troya Zeus imprimió en Agamenón un arrebato desmesurado de gloria y confianza, así se sentía Facundo: podía contra todo. Si hay una emboscada, un solo grito de él bastará para que los asesinos bajen sus armas y lo sigan a él.

Se envalentona:

- No ha nacido todavía el hombre que ha de matar a Facundo Quiroga.

A esta altura de la narración Sarmiento tiene a los lectores agarrados del cuello con la acción y los detalles, con el suspenso de una historia de la que conocemos el final. Este capítulo está escrito al modo de una tragedia, como en los versos de Borges: el General Quiroga va en coche al muere.

El capítulo termina con unas últimas palabras de Facundo para su verdugo ¿Qué significa esto? y un balazo en el ojo como toda respuesta, una galera agujereada y llena de cadáveres arrojada al bosque y las súplicas de un niño por su vida.

Es perfecto.

Gobierno unitario, el ensayo

La unidad de la República se realiza a fuerza de negarla.

Asesinado Facundo Quiroga, Rosas consigue sin oposición alguna la Suma del Poder Público. Empiezan los festejos populares que van a durar más de un año, también los degüellos y las proscripciones, los retratos del Restaurador en la vía pública y en las oficinas, la furia contra Europa y los europeos, la divisa rojo punzó, la búsqueda de perpetuidad y la instalación de una sentencia: unitario ya no designa a un partido sino a un enemigo.

Acá Sarmiento le da forma a su tesis: Juan Manuel de Rosas, aunque se presenta como el emblema de un país federal, está llevando adelante un gobierno unitario. Grita una cosa y hace otra. En el capítulo anterior, Sarmiento eligió la forma narrativa y en este despliega todos los recursos de la escritura ensayística: analiza, se pregunta, especula, caricaturiza, dialoga con la historia, ejemplifica y compara, ironiza, sienta posición, interpela al lector: Si esta explicación parece monstruosa y absurda, denme otra. Es contundente, polémico, provocador.

Como dijo Rosas: Así se ataca, señores.

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