Este singular poeta de la belleza que soñó que algún día sus lectores soñarían sus sueños, aunque su corazón ya no late, sigue haciendo latir otros corazones.
Todos sabemos que hay hombres que nacen para crear dolor. Pero que hay otros que nacen para disminuirlo.
Y uno de estos últimos, que aportó al mundo solamente belleza –en forma de palabras- tuvo una vida personal llena de tragedia.
Fue el más famoso poeta español, sin haber llegado a publicar en vida, ni siguiera un solo libro de poemas. ¡Ni un libro!.
Y también fue -y es en la actualidad- de los más leídos en los países de habla hispana, junto a Cervantes.
Había nacido en Sevilla, en 1836 y sin duda el paisaje de su lírica y pintoresca Andalucía de origen, jugó un papel en sus versos, plenos de hermosura y lirismo.
Vino al mundo con el nombre de José Domínguez Insausti.
Alguien podría decir: ¿Insausti, el más famoso?, ¿El más leído?. No. ¿Hay un error de este columnista? No hay tal error.
Es que escribió siempre con un seudónimo: Gustavo Adolfo Bécquer.
Su libro más conocido, que un amigo recopilando sus manuscritos, hizo editar después de su muerte, lo comenzó a escribir a los 22 años y lo terminó a los 25.
Agregaré que todo en Bécquer fue tragedia.
Vivió solamente 34 años y la enfermedad que lo llevó a la tumba fue la tuberculosis.
Privaciones, miseria, dolor, signaron su vida.
A los 9 años ya había perdido a sus padres ¡y un niño huérfano, es un niño sin niñez...!. Porque el dolor del niño tiene todos los ingredientes del dolor adulto.
Tenía un solo hermano, que era su gran amigo. Este llegó a ser un famoso pintor, que falleció unos meses antes que él.
Este hecho apresuró su propia muerte.
Y quiero recordar un breve y muy conocido poema de su muy famoso libro “Rimas”, que se hizo libro después de su muerte.
“¿Qué es poesía? Dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul
¿Qué es poesía?. ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.”
Y otra de sus poemas, no por muy conocido, menos hermoso y que es quizá el más famoso:
“Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando, llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
Tu hermosura y mi dicha al contemplar
Aquellas que aprendieron nuestros nombres
Esas, no volverán.”
Bécquer tenía sólo 28 años, cuando su enfermedad pulmonar lo obligó a aislarse.
Se recluyó en un monasterio enclavado en las montañas de Zaragoza. Pero quien nació para cantar, no puede vivir en jaula.
Y siguió escribiendo, aún enfermo. Porque impedir a un poeta su canto, es como poner cerrojo a una ilusión.
Envió a un periódico –vivía de esa actividad de periodista- un artículo que comenzaba así: “Se que tengo poca vida, pese a mis jóvenes 28 años. Claro que querría vivir, pero oscuro y dichoso, sin deseos, sin inquietudes, sin ambiciones. Después un poco de tierra arrojada sobre mi tumba por la gente que me quiso”. Y agregaba: “Hoy sólo querría ser una comparsa en la inmensa comedia que es el mundo. Y finalizado mi pequeño papel, meterme entre bastidores sin que me silben ni me aplaudan, sin que nadie se aperciba siquiera de mi salida”.
Y finalizaba expresando, con total y sincera humildad: “Yo nada sé, nada he estudiado, he leído muy poco, pero he sentido... mucho”.
Gustavo Adolfo Bécquer murió a los 34 años, un día de Nochebuena de 1870. Había nacido un 17 de febrero de 1836.
Finalizo esta nota con una poesía suya que resume su vida de dolor con genial precisión:
“Mi vida es un erial
Flor que toco se deshoja
Que en mi camino fatal
Alguien va sembrando el mal
Para que yo... lo recoja”.
Y este singular poeta de la belleza, que soñó que algún día sus lectores soñarían sus sueños y que aunque su corazón ya no late, sigue haciendo latir otros corazones, inspiró en mí este aforismo;
“El verdadero poeta no eligió ser poeta.
Fue, elegido”.