También señaló que las madres sí cumplen con el requisito de mandar a sus hijos a la escuela y vacunarlos para cobrar la Asignación Universal por Hijo.
El titular del Observatorio de la Deuda Social Argentina, Agustín Salvia, fue entrevistado por el diario La Nación y una vez más brindó interesantes conceptos sobre la situación social y la pobreza.
Conocedor como pocos de los problemas sociales que tiene Argentina, en la entrevista explica las posibles soluciones y la complejidad de la situación social que atraviesa hoy Argentina.
Aquí se puede leer la entrevista publicada por La Nación:
–Hay nuevos pobres. ¿Quiénes son?
–Quienes están cayendo en la pobreza son las clases medias bajas. Están relativamente incluidas, tienen un trabajo más o menos regular, aunque no necesariamente en blanco, pero no les alcanza para cubrir la canasta de servicios y de alimentos básicos. Caen en la pobreza con mucha incertidumbre y gran enojo. En este escenario no es esperable un estallido de los sectores populares, que tienen un piso de protección social. Cabría más pensar en un desborde de las clases medias.
–¿Al estilo de lo que vimos como reacción a los cortes de luz o frente a los casos de inseguridad, por ejemplo?
–Hoy estas clases medias tienen una válvula de escape en el proceso electoral. Sienten que allí van a tener la oportunidad de expresar la disconformidad, el enojo, la depresión que produce este escenario. Sin duda, las elecciones permitirán aliviar la tensión social. En vez de salir a la calle, van a decir “acá va mi voto”. Después puede haber una reflexión, pero la primera reacción y el resultado de las PASO reflejará un sentimiento de “esto es preocupante, pero ya lo castigué”.
–¿Cómo es hoy un pobre hoy en la Argentina en relación con las clases más relegadas de otros países de la región?
–La Argentina perdió muchas posiciones en los últimos 40 años de democracia. De estar en la parte superior del ranking en materia de bienestar, hoy ocupa un lugar de la mitad para abajo. Teníamos niveles muy bajos de pobreza en los años 70 y 80, cercanos a Uruguay y Costa Rica. Mientras Chile, Bolivia, Perú y México han venido mejorando en materia de pobreza, la Argentina ha venido aumentando su pobreza y desigualdad social. Sin embargo sigue siendo una sociedad moderna en términos sociales, porque hay un 30 o 40% que está plenamente incluida. Está globalizada, integrada al mundo. Participa del desarrollo del conocimiento y de las nuevas formas productivas vinculadas a la agroindustria, a la minería, la informática.
–Somos más pobres, pero ¿cómo son nuestros pobres?
–Los segmentos más pobres de la Argentina, no diría el 5% más pobre, pero sí el 15%, son en términos reales menos pobres que buena parte de los pobres latinoamericanos. Tienen un colchón de protección social y a su vez un conjunto de servicios públicos, educación, salud, comunicación, vivienda. Aunque consideremos que están muy deteriorados, tienen mejor calidad relativa comparados con otros países de la región. Por eso sigue habiendo migrantes paraguayos, bolivianos o peruanos que llegan a una Argentina pobre. Esas clases medias que se han empobrecido mucho en los últimos 30 años van siendo incluso más pobres que quienes han podido ascender de las clases medias bajas. Porque sus servicios de educación, salud, de hábitat, vivienda, se han deteriorado. Y no tienen capacidad de ahorro para invertir en su propio mejoramiento. Lo que teníamos como clases obreras, empleados, trabajadores incluidos, hoy son trabajadores pobres. Y los pequeños comerciantes que podían ser clases pobres en ascenso, hoy son clases pobres en descenso.
–¿El deterioro económico se llevó la movilidad social?
–En la Argentina ha habido procesos duales. Entre los años 80 y 90 se dio un proceso de ascenso social de clases medias profesionales. Jóvenes técnicos profesionales que se incorporaron a los nuevos negocios globalizados. Clases medias profesionales en ascenso. Y hubo un proceso de movilidad social ascendente que no había existido ni durante la dictadura ni tampoco en la primera etapa de la democracia. Y se dio al mismo tiempo que clases obreras trabajadoras que estaban formalizadas, que tenían su sindicato, cayeron y descendieron. En los años 2000, se redujo el proceso de movilidad ascendente en las clases medias técnico-profesionales. Se estabilizó ese proceso.
–¿Y cómo fue su evolución en los últimos quince años?
–Esta clase que se recuperó en la primera década del siglo XXI hoy está en franca decadencia. La clase media que se recuperó en la etapa kirchnerista hasta 2011 o 2012, que tuvo un respiro en 2017 con [Mauricio] Macri, en realidad son los nuevos pobres. Y son los que definen las elecciones. Son segmentos que no vislumbran un proceso de movilidad social ascendente. De allí salen la mayor cantidad de jóvenes que se va a vivir afuera. No salen de las clases altas, salen de ese segmento. Las clases medias profesionales, las clases altas, mandan sus hijos a estudiar, pero no con la idea de que se vayan a vivir afuera. Para un hijo de clase media baja, si pudo migrar y conseguir trabajo en Europa, quedarse afuera es salvador, porque acá ese segmento no tiene futuro. Lo va a tener, pero hoy parece que no.
–Lo escuché decir que hay que hacer una revolución en capital humano y social. ¿En qué consistiría?
–Necesitamos una revolución educativa, científico-tecnológica y social, donde la inversión social no sea de transferencia de ingresos sino de inversión en desarrollo humano. Toda inversión que hagamos hoy en este terreno va a repercutir en 15 o 20 años. Hay que dedicarse a formar una primera infancia altamente estimulada, mejor alimentada, con posibilidades de apego social y familiar. Eso implica, para los segmentos más pobres, centros de primera infancia de altísima calidad, jardines de infantes para segmentos medios y una escuela primaria de doble jornada para los segmentos más pobres. Con nivel de calidad profesional en los docentes, en el material educativo y de nuevas tecnologías. Eso es una revolución educativa. Ya hemos perdido dos generaciones, vamos por una tercera si no hacemos algo. La generación de hoy, a la que hay que dedicarle todo, va a ser la Argentina de 2050. Al mismo tiempo tendríamos que producir una revolución científico-tecnológica entre quienes están cursando los estudios secundarios y terciarios. Estas escuelas, que son del ámbito provincial, tendrían que ponerse a disposición de reformas que apunten a salidas laborales que va a demandar el mercado de trabajo en un contexto de crecimiento económico. Pero también necesitamos ingenieros, informáticos, médicos.
–¿Con qué plazo tenemos que movernos?
–Tenemos tres años. Lo que no hemos podido hacer aún es una revolución política para aprovechar todas esas potencialidades que tiene la estructura social argentina y la estructura productiva argentina.
–¿Sería con más Estado o con menos?
–Con mejor Estado. En el mediano plazo hay que tener un Estado que articule federalmente la labor que están haciendo los municipios, las provincias y el Estado nacional. Hoy provincias y municipios tienen la salud, la educación, el desarrollo. Y deberían tener también las políticas de protección social. No necesitamos tener un Ministerio de Desarrollo Social, ni de Educación, ni de Salud. Necesitamos un Ministerio de Desarrollo Humano capaz de hacer los acuerdos y convenios con provincias y municipios, y garantizar que las transferencias de ingresos se vuelquen a objetivos cumplibles y de eficiencia.
–¿Hay que exigir una contraprestación a cambio de los planes sociales?
–Para la asignación universal por hijo, que llega a tres millones de hogares, las madres cumplen. Hay una cultura de salud pública arraigada. Y mandan a la escuela a sus hijos. Al que pierden es al adolescente, que se les va. Pasa porque la escuela no está hecha para ese adolescente de sectores populares. Con respecto a las contraprestaciones, el mayor problema está en los programas de empleo o capacitación, administrados en buena parte por las organizaciones sociales. Son 1.300.000 personas. Por esos planes no se pide ninguna contraprestación. Se pide, pero no se garantiza. Aunque un 35% de esos beneficiarios hace una tarea en alguna cooperativa y son muy útiles en términos sociales. La gente no quiere no hacer nada.
–Pero están los planes que son usados políticamente.
–Hay una parte que administran los movimientos políticos, y otra que antes administraban los municipios, que perdieron fuerza cuando el gobierno de Macri se los quitó y se los dio a los movimientos sociales, esperando que Cáritas, la Iglesia, las ONG los tomaran, pero fue poquito lo que tomaron. Los movimientos sociales se apropiaron rápidamente de esos recursos, que además se incrementaron después de la pandemia. Cristina Kirchner dejó 350.000 de esos beneficiarios; Macri, 750.000 y hoy tenemos 1.300.000. El grado de cumplimiento de la contraprestación por recibir esos subsidios no es débil, lo que ocurre es que el gerenciamiento de eso no puede estar por afuera del Estado. Por eso hay que volver a las provincias y los municipios, que deben gerenciar esos planes sociales por intermedio de padrinos capaces de llevar adelante tareas productivas o sociales de valor.
–Pero eso de “padrinos” sería casi como volver a los punteros.
–No, padrinos en un sentido de organización. No un padrino personal, sino una iglesia, una cooperativa.
–¿No está muy al margen hoy la Iglesia de todas estas discusiones relacionadas con la pobreza? El escenario actual está copado por la política.
–Está copado por las movimientos sociales en los barrios y sectores populares, y por el narcomenudeo. Frente al narcotráfico, los movimientos sociales son aliados de la Iglesia en defensa de la población. Ese es un punto positivo, porque ante la ausencia del Estado, el Estado se expresa a través de estas organizaciones. Es cierto que el Estado también se expresa ahí con fuerzas policiales corruptas. Pero, también, con escuelas refugio para una sociedad que dice “al menos tráemelos acá”. Hay que crear una red de personas que se hagan cargo de ese trabajo social vinculado a la educación, el deporte, las necesidades del barrio, personas que cobren su plan social pero que asuman una contraprestación más productiva. Eso no está ocurriendo. La política no está a la altura de las circunstancias, está haciendo esfuerzos y creo que visualiza que su única ventana de oportunidad es estar a la altura de las circunstancias cuando gane las elecciones. Tiene que haber un cambio, una innovación en la cultura política. Si la política no hace un clic entra en crisis el sistema, estamos en un punto de saturación.
–Hoy estamos más pobres y más tristes. ¿Cómo se sale de este pesimismo?
–La gente necesita una certidumbre basada en el realismo, nadie está comprando en este momento buzones. Lo que necesita es saber cuáles son los desafíos que se le vienen. Y buena parte de la demanda tiene que ver con déjenme trabajar, déjenme poner el esfuerzo que pongo todos los días para luchar y no me pongan el pie encima. ¿Qué significa en términos prácticos? Bajen la inflación, bajen la inseguridad, bajen el debate inútil, estéril, incomprensible, encriptado de la política. Brinden propuestas y soluciones para organizar mi vida. Y la voy a planificar y la vamos a llevar adelante, sin conflicto, con futuro, con sacrificio. La gente está pidiendo un curso de acción con certidumbre. Líderes capaces de ofrecerle eso.
–El riesgo es la receta fácil del outsider.
–El outsider es un personaje que opera como expresión de la bronca, del enojo. La expresión de un “hay que romper todo para que efectivamente funcione lo que viene”. Mejor este romper todo que el “que se vayan todos” de 2001. Que se acabe la casta o estaticemos la propiedad privada expresan la reacción de una parte de la sociedad muy enojada, pero que después no es tan irracional. Pero se viene la etapa de construcción de acuerdos que generen políticas de Estado. Considero que se viene una recomposición de la política tras el acto electoral.
–¿Habría un nuevo mapa político?
–Creo que las coaliciones van a tener que reconfigurarse en función de trazar políticas de Estado, crear nuevas formas de gobernanza y eventualmente nuevas formas de alianzas políticas. Pienso que la sociedad va a poner límites a los excesos y va a obligar a que las dirigencias políticas tengan un diálogo en la construcción de un proyecto de país. Hay una ventana de oportunidad para la clase política, para la dirigencia política, económica y social.