Pasó su infancia trabajando en las cañas de azúcar, en su Salta natal. De a poco sintió la necesidad de aprender a leer y escribir y se anotó en el cebja 3-128 Marilin Penna de Ferro, que le cambió la vida.
Francisca Domínguez nació y se crió en una chacra de Salta. Su niñez y adolescencia transcurrieron lejos de la escuela y muy cerca de las cañas de azúcar. Trabajaba junto a sus padres de sol y a sol y estudiar fue siempre una cuenta pendiente. La vida y el destino la trajeron muy joven, ya en pareja, a Rodeo del Medio, en Maipú, donde continuó con el trabajo duro y sacrificado en la cosecha de uva, ajo y tomate. Se casó, tuvo cuatro hijos y el tiempo siguió su curso.
Entre la crianza de sus chicos y un accidente que dejó a su esposo con una discapacidad, Francisca, que ya es abuela de 10 nietos, seguía sin saber leer ni escribir.
“No saber leer es triste y doloroso porque uno va quedando aislado. Un día, con hijos ya adultos, encontré un folleto con la imagen de una escuela. Se lo llevé a uno de mis chicos para que me contara qué decía y me alentó para que fuera a la escuela. Así empecé. Al principio fui a María Auxiliadora, pero cerró sus puertas y decidí seguir viendo dónde ir”, recuerda Francisca, quien se anotó en el Cebja 3-128 Marilin Penna de Ferro y su vida cambió por completo.
Hoy acude a un aula anexa del barrio Virgen del Pilar, perteneciente a la asociación Apoyo Familiar Mendoza, entidad que le cede el espacio a la institución educativa.
El lunes pasado fue su primer día de clases. Todavía no aprendió a leer ni a escribir. Asegura que le cuesta horrores y que su cabeza “se enciende y se apaga permanentemente”. “Además, aunque jamás falto a la escuela, tengo mucho que hacer en la casa, atender a mi esposo y continuar mi trabajo en la finca”, aclara.
Lo cierto es que, enfundada en su uniforme azul inmaculado, Francisca inició su primer día de clases de segundo grado llorando de la emoción. Durante la pandemia tuvo que hacer un impás porque no tuvo modo de conectarse.
“El lunes mi corazón daba saltos de alegría. Desde muy niña quise estudiar y no he podido. Eran otros tiempos. Hoy sigue siendo duro pero no me daré por vencida”, reflexiona. “Sueño con leer poesías, libros, carteles y revistas”, agrega.
Haber encontrado un Cebja para adultos fue un gran aliciente. Francisca dice que tiene tres compañeros de su misma generación y el resto son más jóvenes.
“Yo necesito que estén encima, que me expliquen bien las cosas porque me cuesta. No llevo la vida de un niño, que llega a su casa y tiene la comida lista y ninguna otra cosa que hacer. Pero no bajaré los brazos y esta es una meta que quiero cumplir y lo voy a lograr”, advierte.
Casada desde muy joven con Juan Vega, quien hoy no puede trabajar por su condición, Francisca tiene cuatro hijos: Roberto, Miguel, Nancy y Juan. Es abuela de 10 nietos y asegura que aunque “vaya despacio” con sus estudios, su actitud representa un ejemplo para todos. “Muchos se me ríen, pero no me importa. Me ven con el uniforme y me preguntan dónde voy. Les respondo que a la escuela y no lo pueden creer. Ojo, hay otros que los estoy convenciendo para que empiecen a estudiar”, señala.
En el Cebja de Fray Luis Beltrán hay profesores y directivos que la tratan con cariño. Docentes que, en definitiva, comprenden la situación de cada estudiante. “Tengo mil cosas en la cabeza y a veces no me da”, se ríe Francisca. Y aclara: “Pero me levanto y voy a la escuela de todos modos. Trato de hacer la tarea y de no fallar. Creo que es el mejor secreto”.
La gratificación de los docentes
Miriam González es directora del Cebja donde acude Francisca y, en diálogo con Los Andes, habló del “premio” que significa como docente y directiva el desarrollo y el avance de los estudiantes como Francisca. “Ella manifestó desde un inicio su deseo de superación y de terminar la primaria, por eso desde nuestra modalidad de jóvenes y adultos garantizamos el apoyo y la contención que necesitan desde lo emocional y lo académico”, puntualizó.
Dijo que resulta gratificante ver los resultados. “Brindamos las herramientas para que tengan un futuro, que puedan proyectarse, mejorar su calidad de vida y ser parte activa de lo social porque comienzan a vincularse entre ellos y se retroalimentan desde lo cultural. Es muy grato observar el crecimiento y la superación y creo que no hay mejor premio”, dijo.
Según sostuvo González, el Cebja Mirilín Penna de Ferro es una gran familia donde siempre se trabaja en equipo.
“Es un lugar donde se aportan ideas creativas e innovadoras a través de un equipo que crece y se consolida y que, además, nunca descansa promoviendo salidas, charlas, actividades y muestras”, concluyó.