Leyendas regionales. Este personaje fantástico supo infundir miedo a los niños de Mendoza y San Juan en otros tiempos. Hoy en día aparece rescatada en numerosas obras de ficción, y su figura infunde más fascinación que terror entre los que la conocen.
“Culillo, más vale que no salgás a molestar en la siesta, porque a esta hora ya anda la Pericana”. Las estrategias para salvar un buen descanso reparador tras el almuerzo nunca han de ser tímidas para un cuyano, ya se sabe. La siesta es sagrada, y por eso quizá la única manera de salvarla sea a través del terror, y nada mejor que esta especie de bruja, monstruosa a más no poder, para custodiarlo de niños inquietos y ruidosos que pudieran perturbarla.
La amenaza de la aparición de la Pericana ante los que se atrevieran a andar por la siesta era común para aquellos que hace décadas (seis o siete, por lo menos) parecían candidatos a rebelarse del sueño que buscaban sus padres. Hoy tal vez estaría olvidada, si no fuera por los relatos de diversos autores, clásicos (como el siempre presente Juan Draghi Lucero) o contemporáneos (como la mendocina Sonnia de Monte o el sanjuanino Álvaro Olmedo), que la han incorporado a sus obras. Además, la persistencia del monstruo de las siestas tiene otra faceta: su nombre es el que lleva, desde 35 años, el elenco de teatro infantil que crearan por entonces el recordado Ricardo Guiñazú y Mirta Rodríguez, quien hoy en día mantiene vivo el proyecto.
De Monte es autora, entre tantos textos narrativos y escénicos, de una pieza teatral que le valió en los 90 el elogio unánime: Melescas. En esa obra, la Pericana aparece como uno de los tantos personajes de las leyendas que corren el riesgo de ser olvidados. Según cuenta la autora de Está lloviendo en Victorica, la Pericana era motivo de miedo para los niños de antaño, y “es representada de dos maneras: por un lado, es una viejita petisa y gordinflona, y en otras representaciones de es una mujer mayor, anciana, enjuta, muy alta, con los cabellos larguísimos y que lleva lanitas entre los dedos para atraer a los niños que se han escapado de casa en la siesta. Parece que con esas lanas de colores conseguía atraerlos”.
De un modo mucho más terrorífico la describe en Tres estampas de mi tierra el sanjuanino Juan Pablo Echagüe (1875-1950): “La Pericana es una mujer vieja, muy alta, de largos dientes. Lanza fuego por los ojos y dicen que tiene una cola hecha de espinas, algunas versiones aseguran que la cola es de clavos. Además, lleva un rebenque largo con el que azota a los niños que, a la hora de la siesta, están fuera de sus casas sin permiso de los padres”.
Coterráneo de Echagüe, el escritor Álvaro Olmedo ha incluido a la Pericana en uno de los relatos de su reciente libro Raíces del Cuyum, siguiendo la estela terrorífica de Echagüe, al decir que es “una anciana deformada y monstruosa (...). Con la mano izquierda aprisionaba un báculo astillado de algarrobo, y en la mano derecha cargaba un rebenque inmenso. Su vestimenta era negra y roída. Su rostro ensangrentado tenía algunos lunares de los que surgían manojos de pelos como crines. Su cabellera era larga y cenizosa. Caminaba encorvada pero resuelta. Sus ojos… sus ojos eran amarillo-rojizos”.
El ya mencionado Draghi Lucero (1895-1994) escribió uno de los más extensos y terroríficos relatos protagonizados por la Pericana, un personaje que –como está visto– haría retroceder al propio Drácula en caso de cruzarse. Como explica la doctora en Letras Marta Castellino, una especialista en la obra del autor de Las mil y una noche argentinas, “en Draghi, la Pericana aparece no tanto como la leyenda, sino como un motivo aludido y no narrado. Se trata de una criada que asusta a los chicos y se disfraza de la Pericana”. Sin embargo, Draghi se permite recordar en su texto (aparecido originalmente en Cuentos mendocinos, de 1968) que este monstruo “se les aparecía a los que se entraban a las huertas a la hora de la siesta, en la forma y figura de una vieja ¡tan larga y flaca!, con tamañaza nariz y con una larga vela encendida”.
A pesar de tener las características de una bruja, capaz de infundir el miedo y de perseguir a los niños, la Pericana tiene algunas características muy propias de estos personajes cuando forman parte de la mitología cuyana. Como explica Sonnia de Monte, por ejemplo, “nuestras brujas no vuelan, y eso es una característica de nuestras regiones. Las nuestras en cambio desaparecen o se transmutan en animales”.
De Monte supo tratar a Draghi Lucero, quien justamente dice en su cuento que esta bruja tan cuyana se podía transformar en “un gato negro que arañaba las murallas”, creyó en los años 80 que La Pericana podía ser el nombre perfecto para un grupo de teatro. Aunque se dedicara al teatro infantil. Mirta Rodríguez, directora de ese elenco, recuerda con cariño el momento en que aceptaron la propuesta de Sonnia: “Era una paradoja para nosotros ponerle un nombre de alguien que da miedo mientras nosotros hacíamos obras para ellos”. La actriz y teatrista recuerda que tuvieron a la propia bruja como personaje de una de sus obras, que tuvo a cargo Ricardo Guiñazú, y en el que “la Pericana operaba por un barrio, por supuesto asustando a los chicos que salían a la hora de la siesta”.
Si bien podía resultarles paradójico el nombre a estos prestigiosos teatreros locales, quizá ellos eran precursores, dado que los niños de hoy en día son afectos a historias de terror con personajes tenebrosos como protagonistas, y no es extraño que se hagan fanáticos de caracteres ficticios como la Llorona, Pennywise (el payaso de la película It) o la tenebrosa niña de The Ring.
Álvaro Olmedo, a quien ya citamos, lo puede confirmar. El sanjuanino cuenta que trabaja con su texto en los colegios y los alumnos quedan fascinados con la Pericana. “La trabajamos con los chicos en las escuelas y va muy bien. Quedan enganchados y son hermosas las cosas que salen a partir de allí con ellos”.
Muy distinto era lo que podían sentir los niños que hoy tienen seis o siete décadas de vida. Silvia, quien vivía en San Martín en su infancia, cerca de unas viñas, da fe de ello: “Nuestros padres nos amenazaban con la Pericana y decían que andaba suelta y podía llevarnos. Yo era de quedarme más en casa, pero mi hermana más chica era más traviesa y se escapaba. Hasta que un día llegó corriendo en un solo grito: parece que por entre los viñedos había visto algo y creyó que era la Pericana. Estuvo como tres meses sin salir”.
Al parecer, para la hermana de Silvia, el miedo a esta aterradora bruja mendocina se terminó disipando. Sin embargo, seguramente, durante todo ese tiempo de siestas bien dormidas, sus padres le agradecieron con una sonrisa al poder disuasorio de la Pericana para salvaguardar su descanso.