Esto define al hombre cuyo único capital fue, es y será su familia: la grande y la chica, además de la empresa que su padre croata levantó con esfuerzo y le enseñó a cuidar. Este combo impregnó la esencia del proyecto de vida del ingeniero agrimensor que se describe como familiero y sencillo. Conocé más en esta nota.
Fue el único varón de cinco hermanos y por eso, aunque lo reconoce a medias, tuvo un trato especial de sus padres. La familia y la empresa que fundó su papá fueron el pilar en su vida hasta el día de hoy. Ante Dumandzic (55) no le teme a la vejez ni a la muerte, pero si al fracaso que sería para él fundir la empresa que gravitó, desde que tiene uso de razón, alrededor de toda la familia: la heredada, o la “grande” y la propia que eligió construir en el año 1995, a la que le puso familia chica.
Ivica Dumandzic, de origen croata, llegó a la Argentina cuando tenía 20 años y se casó con Yolanda Sanz, una maestra rural oriunda de la Provincia de Salta que colgó el guardapolvo y se dedicó a sus cinco hijos: Adriana, Laura, Gabriela, Ante y Lenka, en ese orden. “Mi padre trabajaba de lunes a lunes las 24 horas y falleció con 88 años gracias también a mi mamá que lo cuidó. Ella después estuvo un par de años muy bien y hoy con 93 años tiene problemas de movilidad, pero de la cabeza está impecable y del apetito mejor que nadie. Se moviliza en silla de ruedas, pero a la hora de bailar se mete con la silla y todo”, relata el empresario en la antesala de su vivienda en Capital, en el mismo barrio donde vivió siempre; el Tulúm.
Dice que su tiempo vale lo mismo que el del otro. Es puntual. No es tan expresivo ni gestual, habla de manera apacible. No es de esas personas que no paran de hablar, pareciera que no hay mucho para contar. Todo gira en torno al mismo eje: familia y empresa. Y no es poco, es todo un mundo para Ante. Es de tener pocos amigos, los del barrio donde se crió, algunos ex compañeros de las escuelas a las que fue y otros que fue haciendo a lo largo de la vida. Los fines de semana está 100% para su familia chica integrada por su esposa la arquitecta Liliana Hidalgo y sus hijos María Agustina (25), que es licenciada en Administración de Empresas y trabaja con él, y su hijo menor Ivo (22) que estudia Relaciones Internacionales. La familia grande, que son sus hermanas y madre, cuñados y sobrinos, son parte también de sus sábados y domingos. “Somos muy familieros, muy unidos. Mis hermanas son unas leonas, me cuidan muchísimo. Para mí, la familia es lo más importante, es el paraguas que cubre todo. Los momentos que recuerdo de la infancia son con mi madre y mi padre, las salidas con ellos como cuando íbamos a cenar o de viaje. Me acuerdo de los abrazos, yo me metía a la cama con los dos. Mis hermanas dicen que era el más mimado por ser el único varón, pero yo no lo veo así”, señaló Dumandzic, el ingeniero que hizo la primaria en la Escuela Modelo, el secundario en el Central Universitario recibiéndose de Bachiller Físico Matemático y extendió la duración de su carrera dos años más. Esto tiene un por qué.
“Estuve acompañando a mi padre desde niño. Con 8 años, me iba con él y pasaba las vacaciones de verano. Mamé la construcción. A mí me marcó mucho la ingeniería y él necesitaba un ingeniero. Yo estudiaba desde las 7 hasta las 10.30 de la mañana con dos compañeros y muchas veces les decía que no podía estar perdiendo el tiempo, así que me iba a la empresa y hacia actividades ahí solamente en la mañana. Empecé haciendo electricidad de automotor, reparando alternadores y arranques. Me pagaban y siendo adolescente me encontraba con un sueldito y lo disfrutaba. En la tarde me iba al club con los chicos y hacía natación y fútbol. Siempre hice algo de deporte, pero no he sido constante”, dijo Ante Dumandizc a Los Andes San Juan, en medio de una entrevista que buscó conocer el lado íntimo del empresario que, para desconectar un poco, hizo varios cursos y el último fue de hidroponia. El principal curso fue el de piloto de avión.
“Hice algunos cursitos de ganadería que me gustaron mucho, también para despejar mi mente. Siempre me busqué alternativas para desenchufarme y me encanta volar. Antes de ser piloto hice tenis con un profesor que me daba clases los martes y jueves, y lo único que pensaba en ese momento era pasar la pelotita al otro lado.
En aviación me tocó un instructor que fue excelente compañero. Él llegaba a San Juan una vez cada tres semanas y yo lo molestaba para que saliéramos a volar los domingos cuando él podía estar con su familia. Me enseñó valores importantes”, recuerda. Ante hace dos viajes al año junto a su familia, uno en verano cuyo destino suele ser Cariló, en la costa argentina, y el otro, más largo, en invierno. A los 55 años, tiene pendiente cuidar un poco más su salud “para poder llegar a la vejez entero. Soy un convencido de que hasta los 80 vivimos bien y de ahí en adelante vivimos gratis. Soy desordenado con mi alimentación y mi salud, y lo quiero cambiar un poquito. No me da miedo la vejez, me veo cuidando a mis nietos y me encantaría disfrutarlos”, dijo el gerente General de todo el grupo económico Dumandzic en la provincia de San Juan.
CON SIMPLEZA
Dice que es sensible y que se emociona fácil. La primera vez que lloró sin parar fue cuando tenía veintipico de años porque una de sus hermanas se iba a vivir a Concordia. En el romanticismo, cero. Lo más romántico que hizo fue regalarle flores a su esposa. “Mi romance es estar y acompañar”, se justifica y repara en que es solidario porque no duda en apoyar económicamente a personas que tienen un familiar con problemas de salud.
Ante Dumandzic va caminando a la verdulería y usa la bicicleta para ir hasta la farmacia. ¿Qué cosas simples de la vida lo hacen feliz? Abrir la ventana de su habitación y ver el amanecer en el campo. Salir a caminar con un leñador o el casero de la hacienda y quedarse a comer un asado viendo las estrellas y escuchando anécdotas de la gente. Con un cuaderno de su lado de la mesa, abierto en una hoja en blanco, indicó que cumple su palabra, se hace respetar con valores y que hay que ser responsable con las propias actitudes. Parecía que había anotado fragmentos importantes de su vida en las hojas que no mostraba, por las dudas que le sirvieran de machete. No hizo falta.
Agradece a Dios que apenas apoya la cabeza en la almohada se duerme. Es de buen dormir y le encanta hacerlo en las vacaciones. Ya ni siquiera intenta superar los dos minutos de lectura de un libro porque sabe que se queda dormido. Su récord fue dormir 17 horas al hilo cuando era pibe. Pese a que hoy no puede acostarse tarde porque si no al otro día es una momia, no le da nostalgia la época que podía hacerlo.
“Lo mejor que sé hacer es hacer nada y creo que, en algún momento me voy a dedicar a eso”, dijo riéndose. Le gustaría retirarse dentro de cinco o diez años o al menos dedicarse al trabajo mediodía, pero buscaría qué hacer para no quedarse en su casa.
El pollo al ajillo con puré que cocinaba su mamá era su plato preferido del menú familiar. Él cocina poco y cuando lo hace “ensucio cien ollas y dejo la cocina con los fritos hasta en el techo” grafica. Es team postres y no se ofrece nunca a lavar los platos. Lo hace siempre y cuando lo manden.
La música no es infaltable en sus días, es más, está casi ausente. Reconoce que quienes viajan varias horas con él en camioneta se aburren porque no suena música y lleva la radio apagada, salvo algunas veces que sintoniza una AM para conocer qué sucede en los pueblos. Va en su mundo, pensando, callado y, cuando puede, chequea los mensajes de su celular. Y acá una de las razones por las que ama su campo: allí no tiene señal.
Le gusta andar a caballo y qué mejor que comprarse un campo para hacerlo. Empezó como un hobby, explicó, y después lo llenó de ganado transformándolo en un negocio. “Mi cabeza no se detiene, entonces trato de hacer actividades distintas a mi profesión que es la construcción. En esos momentos se despeja porque no tengo la presión de la obra para cumplir con sus tiempos. Lo bueno es que prácticamente no hay señal de telefonía, nadie te está llamando. Es un cable a tierra para desconectarme y estar más tranquilo”, comentó Dumandzic. La hacienda está ubicada en Marayes, en el departamento Caucete, y lo panificado es hacer una fábrica de terneros y que se pueda convertir en un vergel de la mano del riego artificial.
Es todo terreno, asegura. Porque puede estar en un hotel de cinco o de una estrella. A la muerte no la piensa porque “el día que llegue, llegará. Vivo el día, no planifico porque si te enredás con eso no vivis el momento. Y el momento es hoy. Hoy disfruto lo que hago y tengo tiempo para mí. En ese tiempo descanso y últimamente entro a las redes sociales y veo el Canal Rural para aprender como es el comercio de las distintas carnes. Las noticias informativas me cansan, entonces trato de ver programas que me relajan”, indicó el empresario de la construcción.
LA AUSENCIA QUE DIO FRUTOS
¿Desde cuándo quiso tener una familia Ante Dumandzic? Desde siempre. Se puso de novio a los 18 años y, a los nueve años de noviazgo, le dijeron “nos casemos”, y lo hizo. “Nos casamos en el año 1995 y somos muy compañeros. Yo les recomiendo a los jóvenes que tengan una familia. Hoy ellos van a bailar por un lado y ellas por el otro y, a la larga, eso hace que la familia termine destruyéndose. Es muy lindo llegar a tu casa y que alguien te esté esperando. A la familia y a la pareja hay que trabajarla mucho todos los días”, señaló el hijo de croata que, en el año 1998, se hizo cargo de la empresa junto a dos de sus hermanas y desde el 2000 hasta el 2020, viajó constantemente.
“Viajaba a Buenos Aires más que nada, ahí empecé a relacionarse con otras empresas y colegas para ver trabajos en conjunto. Siempre he viajado mucho, pero en ese tiempo lo hacía de lunes a viernes en actividad full empresa y el fin de semana en mi casa con mi esposa porque ese era el acuerdo que tenía con ella. Los viajes dieron su fruto. Lamentablemente perdés algunos cumpleaños, fiestas de colegio de los niños y el crecimiento de ellos, pero era lo que me tocó. A partir de la pandemia bajé mucho las revoluciones y pude formar un equipo de trabajo para delegar más y, de última y cuando se pueda, estar únicamente en un Comité Directivo tomando decisiones. El problema es que si te quedás quieto, alguno ocupa tu espacio y hay que estar en permanente movimiento y reinventándose. Por supuesto que la empresa va a seguir creciendo”, concluyó el empresario que en el año 2000 formó Minera Zlato sumándola al grupo económico que, además de Construcciones Ivica y Antonio Dumandzic, lo integran fincas, viñas y olivares.