Los segmentos medios representan el 45% de la población, el nivel más bajo desde 2004. Así lo indica un informe de la consultora Moiguer,
Mafalda, la inolvidable criatura que utilizó Quino para retratar a la clase media argentina durante una década, tendría 58 años en el inicio de 2023. Amante de la paz, defensora de la igualdad de género y fanática de los Beatles, el personaje conquistó al público ni bien apareció por primera vez, en 1964, en un país completamente distinto al actual. Se podría imaginar que, en el mejor de los casos, Mafalda hoy sería profesional independiente o empleada privada o estatal. Pero lo más factible es que sea monotributista y que trabaje en forma esporádica para eludir la pobreza.
Las sucesivas crisis desde ese entonces (Rodrigazo, hiperinflaciones, megadevaluaciones y recesiones) deterioró el nivel de vida de los segmentos medios. Según un estudio de la consultora Moiguer, las familias con ingresos de entre " 206.200 y $ 515.000 -llamados C2 y C3- representan el 45% de la población, mientras que la clases bajas (de $ 96.500 a $ 184.000) escala al 50%. Hay que retroceder a 2004 para encontrar un registro tan bajo (40%) para un nivel socioeconómico que se reduce por el estancamiento económico -que lleva más de una década-, el avance de la informalidad y la alta inflación.
El informe habla de algo peor. Dice que se terminó la ilusión de que la Argentina es un país de clase media, que la educación ya no es el motor del ascenso social (“eso de mi hijo el doctor, ya no va más”, subraya Fernando Moiguer) y que incluso tener empleo ya no garantiza dejar de ser pobre. “Uno de cada 5 trabajadores está por debajo de la línea de pobreza”, grafica Ricardo Delgado, director de Analytica. Según el Indec, la pobreza subió al 39,2% (casi 19 millones de personas) pese al rebote de la economía y el aumento del empleo.
Mafalda estaría asombrada si viera la Argentina de hoy. Preferiría tomar sopa -algo que aborrecía- antes que padecer esta radiografía social tan desigual y con una clase media en retirada. “Todos los argentinos, de cualquier escala, se empobrecieron”, resume Moiguer. Agrega también que los valores aspiracionales de la clase media (consumos garantizados, tener auto, educación pública, vivienda, vacaciones, salir a comer) entraron en declive por el estancamiento crónico de la economía.
La pirámide social que surge del estudio divide a la población en segmentos ABC1 (clase alta, que son aquellos que tienen un ingreso familiar promedio de $ 1,5 millones), Alta C2 y Baja C3 (clases medias),y Superior D1 e Inferior D2 (clases bajas), que incluye a gran parte de los hogares que no logran superar la línea de pobreza: $ 163.539. El deterioro social se refleja mucho más en la conversión de ingresos al dólar blue. Una familia es considerada “rica” si tiene un ingreso superior a los US$ 2.139; mientras que la clase media va de US$ 515 a US$ 1.290.
Varios estandartes de la clase media cayeron en desgracia. Uno de ellos es la educación, que es considerado un motor de la movilidad social, está medio fundido. “El 70% de la clase baja tiene más educación que sus padres pero esto no se tradujo en un ascenso de clase social”, señala Moiguer. Lo mismo ocurre con el empleo. “Un trabajo implicaba beneficios y derechos sindicales, cobertura social, entre otras cosas. Esa sociedad salarial era la que consumía, ahora se está achicando por la informalidad y la pérdida del poder adquisitivo”, explica el economista Guido Lorenzo, de LCG.
Los especialistas coinciden en destacar que los niveles de desempleo están en niveles mínimos. No obstante, Sebastián Menescaldi, de Eco Go, aclara que la pobreza creció en paralelo. “Hubo mucha creación de empleo, pero de baja calidad. Cuando se analizan los números se observa que hay gente trabaja en changas, con promedios que van de 4 a 12 horas semanales. El salario informal -el que más pierde contra la inflación- creció en paralelo con el empleo”, deduce.
Desde la perspectiva histórica, la clase media alcanzó su momento de mayor esplendor en 1974. Justo el año en que dejó de publicarse Mafalda. “En ese momento, el índice Gini reflejaba que la sociedad argentina era muy igualitaria. Los de mayores ingresos ganaban 10 veces más que los pobres. Desde ese entonces, esa condición se fue perdiendo”, grafica Delgado y aporta un dato crucial: “ese año, el 30% de los hogares más pobres percibían el 15% del ingreso total. En 2003, apenas obtenía el 8%.
El estancamiento económico lleva décadas. Un informe de Eco Go indica que el PBI argentino (a precios constantes) crece en promedio 2,1% cada año desde 1970 a la actualidad, es decir, en las últimas 5 décadas. Muy por debajo de las economías de Chile (3,9%), Brasil (3,4%), Perú (3,2%).
El deterioro económico golpea sobre todo a los sectores más vulnerables, pero el cimbronazo se siente en toda la estructura social. Si la clase media no cayó más es que muchos ricos descendieron de escala. En 1996, según datos de Moiguer, el 11% de la población argentina pertenecía al segmento ABC1. Hoy apenas abarca al 5% del total. Son casi 2,3 millones de personas. Las clases medias totalizan 20,6 millones y las bajas, casi 23 millones.
El sueño de la casa propia y el auto es cada vez más lejano por la pérdida del poder adquisitivo. Según datos de ACARA (la cámara de los concesionarios) históricamente, para comprar un 0 kilómetro de entrada hacían falta entre 10 y 14 salarios mínimos. En 2022, para completar la compra de la misma unidad requería una inversión de 43 salarios. “Otra dimensión relevante es el acceso de las familias a la propiedad. Según datos de INDEC, en 2004 había un 73% de familias propietarias, pero en 2022 ese porcentaje descendió al 68%”, explica Martín Eandi, responsable de investigación de la consultora.
Moiguer. “El impacto económico de las últimas décadas hace que no solamente la fragmentación social se profundice sino también se solidifique, especialmente en los extremos de la pirámide socioeconómica. El 93% del segmento ABC1 es crónico y el 66% de la clase baja, también”, explica Moiguer.