El acuerdo con el FMI y los compromisos y concesiones que acepte el Gobierno serán necesariamente públicos y no demorarían mucho tiempo en conocerse. Hoy la especulación dominante gira alrededor de la política cambiaria.
Es extraño el discurso de campaña de Sergio Massa, extrañamente contradictorio y además con cierto olor a subestimación del electorado, viniendo de quien luce el cargo de ministro de Economía en el gobierno que, creyó, lo catapultaría a la cima del poder. Todo, bajo un supuesto a su medida: que en esta elección se plebiscitará a un presidente y no a un partido o a un espacio político.
“Voy a hacer un gobierno que haga crecer a la Argentina”, dijo el ministro-candidato poco antes de que el INDEC le recordara que, tal como marchan las cosas, el país va camino de una recesión que le pondrá sello a su gestión y al final del ciclo cristinista.
Entre las últimas estadísticas conocidas, la de la construcción de junio registra tres meses consecutivos para abajo y la industrial, también de junio, muestra la segunda caída del semestre. La que mide la actividad económica global revela retrocesos del 5,5% en mayo y del 4,4% en abril y un muy modesto avance del 1,3% desde enero.
En la misma línea, informes preliminares de algunas consultoras proyectan un declive anual de entre el 1% y el 1,5% en la construcción y otro mayor al 2% en la producción industrial. Para el PBI, las estimaciones dicen caída del 3% o del 3,5% y, sobre el compilado kirchnerista, que habrá dos años con signo positivo versus dos en negativo.
Aun cuando no todo sea de su responsabilidad, este es el cuadro económico que corresponde anotar a la cuenta del candidato Massa. Y los resultados a su favor que pronostica para 2024 son, de momento, promesas de campaña sin los mejores antecedentes y sin las mejores garantías.
Está claro que en la actual dualidad del ministro de Economía no hay nada nuevo sino más bien un comportamiento repetido. Y que tampoco hay una estrategia elaborada detrás de la interminable lista de parches que, unos sobre otros, ha plantado e irá plantando hasta llegar a las presidenciales del 22 de octubre.
Uno de los problemas de esta carrera es que, ya doblando el codo, Massa enfrenta los condicionamientos de un demonio llamado Fondo Monetario y la incertidumbre espesa que los sobrevuela. Entre ellos, aparece lo que los especialistas definen como un “salto discreto del tipo de cambio” o lo que sería, al fin y sin demasiados rodeos, una devaluación acotada aunque inocultable y de previsibles efectos inflacionarios.
En medio de un barullo creciente hubo, el martes, un dato que echó más leña al fuego de las especulaciones. Rápidamente advertido por operadores con años en este juego, el dato advirtió que para la licitación de bonos de la deuda del jueves el Ministerio de Economía había borrado los títulos que se ajustan por el dólar oficial. O sea, los muy atractivos bonos cuya renta va asociada a la devaluación.
Conclusión: desapareció, hasta nuevo aviso, uno de los dos grandes señuelos de una política fiscal gobernada por las necesidades de financiar un gasto público sin límites y quedó, solo, el ajuste por la inflación. Falta agregar que ese día el Gobierno tomó deuda por $ 821.576 millones para seguir pagando deuda.
La interpretación de la movida que sigue apunta directo a la proximidad de algún ajuste del dólar oficial, se trate de un “salto discreto” o de profundizar un modelo que ya se está utilizando: acelerar los retoques al tipo de cambio por arriba de la inflación, semejantes al 9,5% que se acumuló en los últimos 30 días. Esto es, casi tres puntos porcentuales mayor al 6,7% de los 30 días previos.
El propio informe del FMI que comenta el estado de las negociaciones con el gobierno argentino anuncia que se “continuará utilizando la tasa de crawl, para preservar la competitividad y respaldar los objetivos de acumulación de reservas”. A menos que se opte por alguna de las alternativas que barajan en Economía, la traducción alude a las devaluaciones progresivas y controladas del Banco Central.
Con el resultado de las PASO ya puesto y perfilados los protagonistas centrales de batalla electoral, a partir de este lunes el Gobierno deberá empezar a definir cuál es la oferta que le hará al FMI, lo cual equivale a entrar en el campo de la pulseada final que precede al acuerdo.
O sea, al acuerdo que dará vía libre a un desembolso de US$ 7.500 millones, necesariamente crucial dado el estado en que se encuentra la caja del Banco Central.
Entre otras cosas y según palabras del Fondo, la agenda inmediata incluye los alcances que adquirirán el “endurecimiento de la política fiscal”, el paquete de políticas que se usará para “reconstruir las reservas”, la actualización de las tarifas de la energía y la necesidad de “contener el crecimiento de la masa salarial” en el Estado.
Si hay un arreglo verdadero y no un preacuerdo como el que promocionó el Gobierno, el Directorio Ejecutivo del FMI lo trataría y aprobaría en la segunda quincena de agosto. Trascartón, aparecerían los US$ 7.500 millones.
Lo de la segunda quincena de agosto parece un plazo demasiado cercano, muy poco tiempo. Aunque todo está en potencial y no siempre el tiempo corre a la velocidad que corren las cosas.
Por de pronto, tenemos un dólar blue que en los últimos 30 días corrió al 21%; un salto del 12% en el contado con liquidación y 11% para el MEP o dólar Bolsa. Hay, también, algo parecido a una carrera contra las reservas del Central, que así como engordan gracias a alguna martingala de ocasión adelgazan bajo la presión de una demanda de los más diversos orígenes.
Ahora, un par de datos del mismo color. Uno advierte que las reservas netas avanzan hacia un rojo subido calculado en alrededor de US$ 10.000 millones, se diría la nada misma o un refuerzo del torniquete a las importaciones en puerta. El dato siguiente canta, justamente, deudas por importaciones realizadas y pendientes de pago que rondan los US$ 14.000 millones y se han convertido en un gran atasco.
No hace falta decir que semejante cuadro, crecientemente crítico, le mete presión a cualquier estrategia de negociación que el Gobierno quiera ensayar con el Fondo Monetario. Y por lo mismo, potencia el poder negociador del FMI y levanta el precio de las concesiones y los ajustes que se pacten.
Nada asegura que un manejo más elaborado de los tiempos y si se quiere preventivo habría aliviado la situación del Gobierno. Pero hay lo que hay, y eso que hay señala que la pulseada ocurrirá en pleno proceso electoral, igual que los costos que se deriven de la pulseada.
Y como se trata de negociaciones formales y al fin oficiales, los términos del acuerdo deben ser necesariamente públicos.
Suena a casi inútil a esta altura del baile, que Massa intente sacar los errores acumulados del campo del Gobierno y que encima busque clavar una explicación pretenciosa que, más que explicación, es puro discurso de campaña.
Ha dicho: “Los que especulan y juegan con la incertidumbre del comerciante o de la jubilada que está en su casa, llevan la especulación a un mercado chiquito e informal donde el Estado no tiene capacidad de intervención, que es el del blue”. Y remata: “Oh, casualidad, lo movieron 40 pesos en cinco días”.
Cualquiera sabe, empezando por el comerciante y la jubilada, que los movimientos bruscos en el mercado cambiario se proyectan a los precios, muy a menudo bajo la forma de aumentos y a veces de faltantes en las góndolas. Obvio: lo mejor es acertar con políticas que frenen la trepada, venga empujada por el dólar blue, el contado con liquidación, del Mep o dólar Bolsa o por lo que sea.
También es harto conocido que el Estado interviene a pasto para contener los sacudones que provocan los dólares digamos paralelos y que interviene con trabas, controles y presiones de los más diversos colores. Lo que le falta es, justamente, capacidad de intervención.
Un pantallazo de esta economía cargada de desajustes y de distorsiones enormes que heredará el próximo gobierno, así sea color K, acaba de aparecer en el índice de precios de julio de la Ciudad de Buenos Aires.
En números de los últimos doce meses, allí tenemos: 153,4% para los alquileres, 263,1% en el costo de la electricidad, 167,8% en el agua y 149,8% en los ferrocarriles. Nada por cierto prescindible o suntuario, igual al caso de la leche y los lácteos, que cargan un 137,4%, o las frutas del 153%.
“Seré el presidente que derrote a la inflación”, dice Sergio Massa en plan campaña, como si él no tuviese ni arte ni parte en esto que pasada. Promovido por Cristina Kirchner, lleva un año al frente del Ministerio de Economía.